Algunas de las crónicas del Primavera Sound que se han currado en Indiespot.El resto de crónicas: jueves, viernes y sábado.
VIERNES
James Blake
Era uno de los conciertos más esperados del Primavera (el Pitchfork, hasta la bandera) y… vale, no acabó de cuajar. Pero antes de tirar a este jovencísimo y talentoso inglés a la voluminosa pira del ‘hype no confirmado’ demosle, al menos, el eximiente de fuerza mayor. Y es que la sensación generalizada es la de que en un lugar cerrado sin tantos condicionantes externos (como que no te presida la luz del sol y que no se te acople el sonido de otros escenarios), el directo de la gran promesa de este dubsteps con alma (como si el resto no lo tuviera) habría dado mucho más de si. Ante estos inconvenientes, se vio incapaz de trasladar la intimidad y el sentimiento desesperado que se esconde tras su afectadísimo (el indie debe ser la persona que más sufre en el mundo, más incluso que Camela) álbum de debut. Aún así, Blake dejó muestras de su valía (magnífica voz) y demostró que su apuesta por trasladar sus canciones en un formato de trío es el correcto y está más que bien engrasado. Ahora sólo hace falta que ‘Limit to your Love’ o‘CMYK’ no sean flor de un día y pueda combatir la monotonía que personalmente creo que impera en su álbum homónimo, con joyas de ese calibre. Tal vez en una próxima ocasión, si la tiranía hipster no ha decidido para entonces girar el pulgar hacia abajo.
Pere Ubu
Una de los peores cosas que te pueden pasar en esta vida es ser dominado por los prejuicios y acabar por cerrarse en banda sin saber dar una oportunidad. Pues que no se diga esta vez, me retracto del todo con Pere Ubu. La banda del talludito, aparentemente hosco pero, sin embargo, entrañable David Thomas, dieron un clase magistral de lo que debe ser un concierto vigoroso y epatante (por si alguien aún no se había dado por enterado) y, de regalo, una buena lección para desconfiados por sistema como yo. Divertidos y contundentes como pocos vi a lo largo del fin de semana, venían a darle un repaso a su debut, The Modern Dance, parido hace ya 33 añazos, y que sentó las bases del sonido de la banda de Ohio: un pie en ese rock setentero que comenzaba a difuminarse con los primeros coletazos del punk (muy en la onda de los Stooges) y el otro en la experimentación y el ruidismo. Y lo acometieron del único modo que saben hacerlo: descartando el camino fácil y tirándose el abismo a la más mínima ocasión, con un Thomas (que podría parecer abonado al topicazo del viejo bravucón de la América profunda si no fuera porque se le ve de vuelta de todo) aderezando sus canciones con tronchantes anécdotas, mientras daba lingotazos a una petaca de algún brebaje que debe ser el principal culpable de ese tono de voz tan peculiarmente cazallero. Al final, ni un remordimiento por perderme a The National y exultante por saber que tengo una extensa discografía para perderme durante un largo tiempo y un nuevo héroe al que rendir tributo. Conciertazo.
Shellac
Yo que lo tenía todo preparado para linkar la crónica del año pasado a modo de homenaje/coña, y van y se dejan ‘Prayer to God’ en el tintero. Da igual, lo que importa es que ya puedes haber visto el show de Steve Albini (fan total de su camiseta de perro Huski), Todd Trainer (cuídate, macho) y Bob Weston (irreprochable, como siempre) una infinidad de veces, saberte todos sus trucos de memoria y prever cualquier movimiento como si fueras un astuto vidente en la hora de la teletienda; ellos siguen siendo magníficos, están un peldaño por encima del resto. ‘My Black Ass’, ‘The End of the Radio’ o ‘He Came in You’ (“esa canción que trata exactamente de lo indica su título”, como remarcó comicamente el productor más determinante del rock alternativo), no suena mejor que hace pongamos cuatro años, pero porque eso es imposible. Han alcanzado tal nivel de perfección/compenetración/
ejecución de su fórmula, que sólo queda rendirse ante el directo más potente y depurado que existe en nuestros días. Una celebración anual ante un público que aprovecha las pocas ocasiones que tiene en el festival para sacar su instinto más hardcoreta, como en el presente directo haciendo crowd surfing o en el de Odd Future asaltando el escenario. Desactivada ya cualquier crítica acerca de por qué repiten año tras año (simple y llanamente: porque lo valen, por si no había quedado claro), ya pueden volver una docena de ediciones más si quieren, que aquí me tendrán.
SÁBADO
Papas Fritas
Tony Goddess, Shivika Ashtana y Keith Gendel firmaron a mediados de los noventa dos de los discos pop más pegadizos, eufóricos y honestos que uno tenga el privilegio de escuchar (Papas Fritas y Helioself). El problema es que apenas lo supo nadie. No había amigos ahí abajo. Y acabó ocurriendo lo de siempre: la realidad acabó aplastando cualquier tipo de sueño. La madurez, el olvido y las facturas comenzaron a ser armamento demasiado pesado para ser combatido con una guitarra, un bajo y una batería. Y tras la gira de presentación del notable Building & Grounds cada miembro decidió tomar su camino. Ashtana y Gendel ingresaron de pleno en el mundo laboral clásico. Goddess, más obstinado y cabezón, no desistió y decidió sobrevivir a través de la música, militando en una serie de grupos y fundando su propio estudio de grabación. Papas Fritas acabó disolviéndose sin que diese tiempo a que los pocos que descubrieron el tesoro que se encontraba dentro de cada uno de sus álbumes pudieran darles las gracias.

El Primavera, por demanda popular foril, los volvió a reunir para hacer un doblete que quedará marcado en el recuerdo como uno de los momentos más entrañables del festival. Aún teniendo varios factores en contra (tocar en el inmenso Ray-Ban horas antes de que el Barça jugase la final de Champions y, ya poniéndome quisquilloso, que el teclado de Samantha Goddess -sí, esposa de- quedase un poco enterrado) consiguieron amontonar a un buen grupo de fieles y aún más de curiosos, que abrazaron la propuesta, sin duda, más dichosa del fin de semana. Y es que si algo tienen las canciones de Papas Fritas es que son redondas, tarareables y contagiosas. Y como siempre remarcan, honestas. Cada tema sabe a himno, cada coro a celebración de la vida, cada acorde a victoria por la vía rápida. Sales muchísimo más feliz de como entras. Es inevitable que tus manos acaben palmeando, irremediable que acabes tarareando cada estribillo. Y eso no tiene precio. La infecciosa belleza de ‘My Revolution’, la emotiva nocturnidad de ‘Explain’ y el desenfreno power pop de ‘Sing About Me’ pueden con todo. Hasta con una banda técnicamente justita. Para cuando remataron su actuación con una pletórica versión de ‘Hey Hey You Say’ la gente ya tenía una sonrisa de oreja a oreja.
Pero lo del día siguiente en el Parc del Poble Nou sólo se puede describir con una palabra: mágico. En familia, con los niños (los suyos y los de bastantes fans) bailando al compás de sus canciones, y el público (el valiente que se tomó la molestia de vencer la resaca de toda una semana de festival) totalmente entregado, acabaron regalando uno de los momentos más preciosos que uno pueda vivir en un concierto. Y ellos, claro, alucinando. Impagable contemplar al espigado Keith Gendel con cara de no acabar de creérselo, Shivika sin parar de sonreír, Samantha inmortalizando el momento con su Iphone y a Goddess (que parece un Eric Stolz en proceso de mutación al Motorhead Lemmy) disfrutando como nunca de su papel de frontman. Hasta cayó alguna joya más como ‘People say’ y ‘Believe in fate’ y aún así se quedaron en el tintero otras perlas como ‘Lame to Be’, ‘Possibilities’ o ‘Captain of the City’. Al final, vítores y un aplauso de más de cinco minutos para que volviesen a subir al mini escenario a hacer un bis forzosamente semi-acustico (el técnico ya estaba recogiendo) con ‘Smash This World’ y la gente agolpada alrededor del grupo. “Here’s the party, Where’s my friends?” cantaban en‘Afterall’. “Right here!”, hacía constar Goddes apuntando al público. Por supuesto, esta vez sí, sus amigos realmente estaban ahí abajo. Y no dudo que fuera una confesión honesta, siempre lo han sido. Simplemente maravilloso.
PJ Harvey
Ataviada con un impoluto vestido blanco que contrastaba con las infinitas botas negras que calzaba, una bellísima Polly Jean Harvey se subía de nuevo al escenario del Primavera Sound tras, nada menos, siete años de ausencia. Y lo hacía en olor de multitudes gracias a una trayectoria coherente y sin mácula, una reputación sobre el escenario ganada a base de arrojo y arrebato emocional y, claro, gracias también a Let England Shake, la reciente y flamante colección de canciones de la inglesa, que supone otra pica más en su pletórica discografía (y van…), y donde saca su vena más política, pulcra y armoniosa.
Con el nuevo álbum como eje central del concierto estaba claro que iban a ser contadas las ocasiones en la que la Harvey más rockera iba a hacer acto de presencia. Lo que no esperábamos es que directamente no apareciese. Y es que Let England Shake, es un álbum que crece y crece hasta no tener fin. Tanto, que ha acabado por convertirse en un pequeño monstruo capaz de devorar todo lo que tiene a su paso, haciendo acto de presencia hasta en once ocasiones a lo largo de la noche, y despojando al resto del repertorio de su alma primigenia para adaptarse a su pequeño y joven dictador.
Que el único arrebato de rebeldía en ‘Meet Ze Monsta’ estuviera en el grito final o que la oxidada guitarra de ‘Big Exit’ no hiriese como antes, sólo tiene una explicación. Y esa se encontraba tras el incesante rasgueo a la cítara que acompañaba ‘All And Everyone’, el salto al vació vocal de ‘On Battleship Hill’ o ese desesperado “Quiver” en ‘The Last Living Rose’ que erizaba el vello. En definitiva, en la coherencia global. Un concierto maravilloso canción por canción, pero al que le faltó un hervor y alguna sacudida (y menos parones también) para que en conjunto no diese la impresión final de cierta linealidad y, me jode decirlo, monotonía. Aún así, pocas veces la voz de la Harvey sonó tan cristalina y conmovedora, pocas veces gente de la talla de John Parish, Mick Harvey y Jean-Marc Butt jugaron un papel tan determinante en el éxito del concierto, pocas veces se reivindicó a hermanos ninguneados con el cariño como el que se puso a las dos piezas que tocaron del maravilloso Is This Desire?. Gracias, otra vez, Polly.