Suede (SOS 4.8) 8/5/11

*Un pequeño aporte para indiespot

Todos sabemos, creo, el propósito de la vuelta de Brett Anderson y sus chicos a escena. No voy a ser yo quien se lo discuta porque, al fin y al cabo, deseaba este retorno a los escenarios como nadie (pero, por favor, ahorraros volver al estudio). La banda inglesa demostró sobre las tablas que pocos grupos pueden ser tan edificantes, vividos y tramposamente emocionales como ellos. Eso lo sabe hasta en el Fib, que salvó unas cuantas noches de sus ediciones más mediocres acudiendo a ellos, incluso cuando la los británicos estaban en sus horas más bajas en el plano compositivo.

Pero, ojo, que no es sólo pasta. Casi diría que es una cuestión de orgullo herido. De los cuatro grandes grupos que comandaron la resurrección del pop británico en los noventa, Suede es el primero que se estaba alojando muy a su pesar en el cajón de los grandes grupos muertos a recordar. Oasis sobrevive gracias a las rencillas, Blur de los proyectos paralelos, y Pulp del crédito de Jarvis Cocker y haberlo dejado en el momento justo (y volver también justo cuando se les necesita). En cambio, Suede, esto es Anderson y lacayos, se encontraban en un vacío existencial, tras dos discos que emborronaron lo que hasta entonces era una carrera intachable, varios intentos de Brett de resurgir al margen de su banda simplemente pasables (tanto en solitario, como junto a Butler en The Tears; ¿Por qué todos los cantantes ingleses son incapaces de ver que no-todo-el-mundo-puede-ser Paul Weller?), y el olvido de las nuevas generaciones. Demasiado para el ego victoriano de cantante londinense.

Por eso, verlos en el SOS, aunque parezca extraño, era una necesidad. Para ellos y para nosotros. Y a pesar de todos los molinos de viento que bien pudieron echar abajo el concierto (un sonido pobrísimo, como todo el fin de semana, y una banda, a excepción de su líder, algo apática), salvaron los muebles más que dignamente. Hasta diría que sobradamente (aunque aquí, quizá, puede me lleve mi fervor por ellos).

La fórmula, la de siempre: un impecable setlist (centrado en sus tres primeros discos, con sólo un par de concesiones a ‘Head Music’ –Can’t Get Enough y Everithyng Will Flows-, ninguna a ‘A New Morning’ -toma cacofonía-) y, claro, un Brett Anderson al que le avanza el tiempo más lentamente que a los demás (42 años perfectamente conservados), convertido más en su referencia, Bryan Ferry, y que se deja la piel, se retuerce, hasta se descamisa, para sacar adelante cada tema.

Suede hasta en sus momentos más críticos son capaces de manejar/manipular las emociones como pocas bandas. Y como en esos “te quiero” libidinosos en medio de un polvo, acaban dejándote para la resaca la duda de si es un sentimiento sincero o impostado. Da igual, quedémonos en que son creíbles en su momento. Minutos antes habían tocado The Editors y con ellos no tenía ninguna duda: son pulcros, efectivos y suenan potentes pero no hay alma en sus canciones. O al menos soy incapaz de penetrar en ella, que todo puede ser.

Esto también puede ocurrir con los que no son fans de Suede o no les conocían demasiado, ya que algunos seguramente se queden con los problemas de sonido y “el bajón a medio concierto”, como escuché de más de uno/a. Lógico, los momentos menos pop de la actuación con We are The Pigs By the Sea The DrownersKilling of a Flashboy, estaban situado estrategicamente en el tramo central, tras un inicio algo arty salpicado ocasionalmente de trallazos como Trash y Filmstar, de ‘Coming Up‘ (ese disco que les dio definitivamente la fama apostando por el single masivo pero aún sin perder el crédito, justo cuando parecía que Suede iban a declinar su estrella tras la traumática marcha de Bernard Butler), o la insobornable Animal Nitrate.

Pero para despejar dudas, nada como encarar un tramo final simplemente memorable con todo el arsenal en acción. So Young, Metal Mickey, una toma maravillosa de The Wild Ones (¿puede haber una canción más bella que esta?, -por cierto, segunda cacofonía-) donde Anderson dio el do de pecho, y el fin de fiesta con The Beautiful Ones, rematado con el bis Saturday Night. No fue la noche perfecta, pero aún así Brett Anderson y los suyos cumplieron para los que somos acérrimos y, espero, para los que querían disfrutar de un buen concierto en un SOS que quedará marcado por el baño que esta edición le ha dado la electrónica al pop.