Una estampa muy común nada más aterrorizar de las vacaciones es la de la frustración de querer atarse las bambas y ponerse ya a competir soslayando ese pequeño detalle de que hemos estado cometiendo infinidad de maldades con nuestro cuerpo (lo que se denomina disfrutar ir la vida) durante el verano y darse de bruces con una realidad imponente: la mayoría de ellas ya tienen el plazo de inscripción cerrado o, simplemente, no has sido conscientes de su existencia hasta que algunos de tus compañeros más previsores comienzan a contarte las batallitas que han vivido en sus propias piernas.