La sitúas en el calendario, te la marcas como un reto y la acabas confirmando con un “Sí, quiero”. Ese es el comienzo de todas las aventuras, pero eso no viene de nuevo. Y eso tampoco ha cambiado en las pocas carreras populares que se gestionan actualmente y que sirven como placebo exiguo a falta de la droga dura que no volverá hasta dentro de un largo periodo de tiempo.
Una carrera puede ser un dorsal, un propósito de tiempo estimado, una camiseta o medalla y una foto para subir a las redes sociales. Pero no creas que solo es eso. Una carrera popular es para muchos su forma de hacer nuevas amistades, de empatizar y de estrechar lazos. En definitiva, de socializar con otra gente tras una semana absortos en cumplir con su propia supervivencia en una sociedad que te obliga a que el 80% de tu tiempo se concentre en asumir una serie de agotadoras responsabilidades.
Porque al igual que ese estribillo de una canción que eriza el vello en un concierto a todos los congregados frente a un escenario, también en su propio ámbito puedo asegurar que unen unas zapatillas, unas gotas de sufrimiento y un objetivo común.