Firmamos (perdón, firmábamos) hipotecas sin reparar en que por algún resquicio nos la meterán doblada, cohibidos con el cebo de que hay gente haciendo cola por este zulo; pasamos de largo los términos y condiciones de cualquier concurso online aunque signifique que tú te conviertas en puro spam publicitario por redes sociales; y cedemos nuestros derechos en un voto fiándonos del titular demagógico y no de si el programa electoral tiene algo de lógica o de vendeburras. Y luego nos preguntamos de dónde sale ese nauseabundo olor a cuerno quemado…
Así que no es de extrañar que en cualquier competición le demos al Sí acepto instintívamente porque, ya-ves-tú, es solo una carrera y tampoco estoy para dedicarle mi tiempo a leer la misma retahíla de perogrulladas.
¿Pero realmente es verdad que pasamos de los reglamentos y las informaciones de las webs de las diferentes carreras o la realidad es que solo focalizamos nuestra atención en las partes que más nos interesa? Pues yo estoy completamente seguro de que es lo segundo: cada corredor es un mundo, cada corredor interpreta el reglamento a su manera. Y aquí te lo explico