Hace un par de días una compañera me pasó por twitter la captura de una carta al director de La Vanguardia que encabeza esta entrada. Te la resumo en un momento: un vecino de Barcelona se quejaba de que la proliferación de carreras populares condicionaba la vida vecinal en fin de semana, y ofrecía como alternativa trasladarlas a zonas menos invasivas como el Fórum y Montjuïc; la respuesta por parte del Institut Barcelona Esports, el órgano municipal responsable en estos casos, era que no tenían previsto dar más licencias.
Puede que el fondo de esta carta-denuncia no guste al que se calza unas bambas y tiene como hobby/meta participar en este tipo de carreras, pero pone de relieve un síntoma: en las grandes ciudades quizá ha habido algo de manga ancha a la hora de permitir montar carreras sin valorar del todo sus consecuencias y justo en una ubicación concreta: el centro de la ciudad, la zona con más densidad de población, la zona que a más número de personas puede afectar y la zona donde más actividades dominicales de toda índole suelen celebrarse (así que no es el running la única actividad que puede causar molestias).
Pero vamos al grano: ¿Generan problemas a los vecinos el montaje de una carrera? Por supuesto (te comento los más comunes: sitian un barrio, dificultan la movilidad, generan suciedad y ruido), son pocos y simplemente se trata de buscar un remedio que los minimice. Reconocerlo es el primer paso para solucionarlo (dialogo, tolerancia y atender las quejas rápidamente con el fin de llegar a un acuerdo satisfactorio para ambas partes) y negarlo es sencillamente una forma de abrir una brecha cada vez más grande y que algún día se puede hacer insalvable en la convivencia armoniosa entre los transeúntes y los corredores. Y creo que aún estamos a tiempo de revertir la situación.
Es por eso que cada vez que veo que se tilda tan a la ligera de amargado al que pone el grito en el cielo sin ni tan siquiera atender al fondo de la cuestión presiento que a veces a los corredores (o runners, o como queráis ser bautizados) nos come el personaje.
Que sí, que puede que haya algún resentido escribiendo cartas al director, y que ese sea el mismo que se escuda en el anonimato en Internet para echar mierda de cualquier evento o situación que no esté dentro de sus coordenadas ideológicas, el de la queja por defecto a cualquier tipo de novedad, el que expresa su furia con el voluntario porque debe esperarse dos minutos más de lo habitual para cruzar con el coche una calle cortada, el friki reaccionario tan de moda actualmente. Y que tampoco pasa nada si de vez en cuando hay que se un poco previsor con los horarios si hay un evento un día concreto.
Pero aferrarse a ello, o echar balones fuera, cada vez que se pone en cuestión un modelo de hacer las cosas me parece una forma equivocada y muy simplista de forzar a nuestro favor una realidad que nos pide en algún momento otro tipo de actuación. Primero, por lo que desprende: una superioridad moral que a mí, personalmente, me da asco; segundo, porque supone una cortina de humo, un esconder la cabeza bajo tierra, cuando lo que hay que hacer es un acto de contrición. Tengan base fundamentada o no lo tengan, porque hay quejas que ni pilladas con alfileres… y otras más razonables.
El caso concreto de Barcelona
¿Por qué el centro? Pues por varios motivos logísticos y de marketing: es turísticamente atractivo, tienes infraestructuras donde poder asentar el campamento base del evento, suelen tener calles anchas donde concentrar a un mayor número de corredores, y es muy fácil llegar en transporte público); y por un motivo que afecta directamente al corredor: es la zona más llana de la ciudad, allá donde puedes buscar marca. Porque, amigos, uno de los grandes motivos por los que la mayoría de organizadores montan carreras en circuitos rápidos es porque el corredor medio exige pistas donde dar rienda suelta a sus ambiciones. Nada que objetar, pero sí remarcar que correr no consiste esencialmente en destrozar constantemente cronos.
Es por eso que en el centro de Barcelona se concentran un buen número de carreras (y aun así podría estar mucho más saturado, en Valencia me comentan que son muchísimas más), de las que hay que indicar que, de todas maneras, están bajo una estricta normativa que miran de evitar al máximo las molestias, ya sea con un circuito centrado en sus calles o cruzando alguna de sus calles más emblemáticas (por cierto, hablando de avenidas con carisma, que no se nos olvide que existe una carrera que abre en canal y en diagonal la ciudad). Y suelen ser las más masivas, lo que significa un mayor desempeño en cuanto a material logístico, voluntarios y efectivos de seguridad y, por lo tanto, las que más tardan en recogerse.
Por lo que respecta a Montjuïc, un lugar maravilloso para trotar y entrenar, la realidad es que no se ha aprovechado todo lo que se podría: más allá de que la Fira sirve de apoyo logístico de la mayoría de carreras que se celebran en el centro, solo nos queda carreras de pequeño formato que prefieren sacrificar el crono por circuitos empinados y divertidos o por otro tipo de actividades en las que correr es meramente una excusa: Cursa Lluís Companys y Salomon Run (anteriormente conocida como City Trail) se avendrían al primer caso y The Color Run al segundo, quedando la raruna Cursa de la Diversitat a medio camino de ambos conceptos.
Pero volviendo a la esencia de la noticia: ¿es necesario poner coto a las carreras populares? Más que de situar un límite (si hay una demanda, ¿por qué no satisfacerla?) creo que es una cuestión de sostenibilidad y de adaptación al territorio siempre teniendo en cuenta que hay casos excepcionales en las que ninguna de las dos partes se pondrán de acuerdo y habrá que convivir con ello. O una carrera suma para el barrio o será siempre vista como un intruso.
