Unos minutos de tu tiempo, un par de manos dispuestas a ser torturadas, una garganta con ganas de dar guerra y un poco de empatía. Es lo único que necesitas para vivir la experiencia completa de una competición.
Y es que una carrera es mucho más que una batalla de yo contra el crono, una carrera es un libro relleno de pequeñas aventuras en el que cada corredor es protagonista absoluto de la suya y, si quiere, un especial figurante de las del resto.
Está muy bien eso de saludarse por las calles para perpetuar un simbolismo grupal, pero prefiero mil veces más que, si te sobra algunos minutos (y reconozco que en algunos casos eso es difícil: compaginar ocio y responsabilidades rutinarias no deja apenas margen… y que además puedes hacer lo que quieras, vive y deja vivir), te vengas al último km del circuito a animar a todos aquellos compañeros que aún están lidiando con su tan humilde como igual de importante reto.
Porque si te marchas nada más cruzar la meta, volverás a casa cacareando tu propia crónica, pero si te quedas la condimentaras de todas aquellas anécdotas que suceden en el último km. Si te vas te pierdes tanto y dejas tanto que aprender que solo puedo persuadirte si te enumero todo lo que dejarás de vivir.
Aprendes que los retos no tienen más valor porque se hayan cubierto más rápido. Aprendes a darle la misma importancia a cada corredor y a no dejarte influenciar más de lo necesario por los fastos que rodean a las celebridades; por detrás también se baten récords estratosféricos, récords que quedarán oficializados en tinta impresa y otros que lo harán en el orgullo del que los pretende.
Aprendes a no darle tanta importancia a los fracasos, a saber que los malos días corriendo no deberían contaminar esa gran verdad de que solo el hecho de correr ya es en sí una pequeña gran victoria. La marca es exclusivamente la guinda. A veces ni eso.
Aprendes que no es más sabio el que llega antes, a veces lo es el que llega con mejor cara. Aprendes que la experiencia vale más que la velocidad, y que para pedir consejo no hace falta mirarse tanto la tabla de clasificaciones como los km acumulados en las piernas.
Aprendes que hasta los más pequeños te pueden dar las mayores lecciones de compañerismo. Que tender la mano para llegar juntos a meta es lo que al final perdura.
Aprendes a interiorizar que no hay mejor gasolina para un corredor que unas palmas, un grito por el nombre de pila, un “Vamos, que no queda nada”. alucinarás cuando veas que tienes el poder de dar el empujón definitivo a aquel que baila con la duda de dar un paso más.
Y aprendes… aprendes a amar este deporte.
Vente a animar al último km. Te garantizo mejores resultados que el más elaborado plan de entrenamiento.