Runania era un país modélico que alardeaba de atletas inmaculados, esbeltos y perfectos; su población, los runners, eran la envidia mundial del resto de mortales que malvivían con sus vidas sedentarias en otras latitudes mucho más oscuras del planeta.
Por si había alguna duda de la excelencia de sus habitantes la propaganda del Ministerio de las Buenas Maneras Deportivas ya se encargaba de ofrecer en sus telepantallas un buen surtido de mantras motivacionales que los runners cumplían a rajatabla. Lo contrario suponía convertirse en alguien que fracasa de vez en cuando, que a veces es incapaz de completar alguno de las consejórdenes del plan de enfrentamiento o que en ocasiones le da pereza ponerse a destrozar sus límites; vamos, en un triste y preocupante ser humano normal y corriente. Y todo el mundo sabe que agonía es felicidad, vomitar es vivir y sufrir es amor.
Así que el día que a uno de los suyos se le pegó las sábanas y no salió a batirse saltaron definitivamente todas las alarmas. Y es que el espécimen ya había dado motivos para la preocupación colectiva, su cuerpo, mente y voluntad comenzaban a mostrar varias taras: en más de una carrera se había dejado llevar sin exprimirse al máximo, en su plan alimenticio comenzaba a incluirse productos con algo de sabor y llevaba un tiempo que reciclaba para una segunda ocasión toda su ropa deportiva sin poder aprovecharse de los últimos avances tecnológicos que se habían presentado esa misma tarde. Un claro caso de anarquía a las buenas costumbres.
Sus compañeros, siempre con sonrisa profident y mirada al infinito, se desesperaban al comprobar que el sospechoso evitaba entablar amistad de la forma establecida, ésta era retándoles e intentando machacarles. Se sentían confusos al ver que hacía caso omiso de la telepantalla y sus sabios consejórdenes: prefiría apostar por la sorpresa que repetir mil veces lo mismo para conseguir la supuesta excelencia, en el dogma del entrena/come/duerme/repite siempre introducía un nuevo párámetro que vaciaba de sinsentido al resto: diviértete, y cuando se miraba al espejo no veía a la persona que debía vencer sino simplemente a si mismo… y eso era algo que a él le alegraba… y al resto les sumía en la zozobra.
No tardó en ser llevado a la Corte Suprema de la Vida Saludable y el Reto Perpetuo. Presidido por el Gran Logo, le recriminó su actitud y le amenazó con ser deportado a cualquier país rival de segunda categoría donde sólo se viste marca blanca, los registros no quedan grabados a oro, fuego y código binario, y no existe ese paraíso bien llamado prueba de esfuerzo.
– «A un runner no se le pegan las sábanas», le recriminó.
– «Eso es que porque quizá no soy un runner», respondió. «Yo me conformo con ser un vulgar y feliz corredor».
