Creo que ya tengo todo lo que se necesita para correr,
Ya me han llegado a casa unas bambas con tecnología más avanzada que la silla de Stephen Hawking,
También el último modelo de medias comprensivas, esas que ya cubren de la punta del dedo gordo del pie al gaznate.
Me he agenciado una mochila de 120 euros con una capacidad nada despreciable para acoger una lata de atún en escabeche.
Y no me olvido del GPS que es capaz de dirigir la patrulla de drones de la OTAN y bajarme el app del Tinder.
Me hice con los servicios de un entrenador personal que me atiende 30 segundos al mes para, con grito encolerizado, ponerme a saltar encima de una bola de goma sacada del Imaginarium y hacer figuras dignas de un mimo callejero.
Contraté a un nutricionista de postín que me hace comer la misma alfalfa con la que alimenta a su caballo.
Tengo concertadas más visitas al fisioterapeuta que horas tiene el día para acabar momificando hasta el último centímetro de mi cuerpo con tiras de kinesio.
En breve tendré a mi servicio un psicoanalista y un chamán.
Me di de alta en la versión Premium Oro VIP de Strava y Runstatic que aún no sé hacer servir pero que me sube mensajes encriptados muy chulos al Facebook.
Me paso toda la jornada embobado contemplando vídeos editados por un mono sobre técnica de carrera sin sacar nada en claro nada más allá del calentón causado por el pivón que siempre ponen a hacer los ejercicios.
Tengo decorado el comedor, la habitación y hasta el lavabo con cuadros de frases motivacionales que parecen redactadas por un niño de párvulos.
Sigo en twitter a todas las reinonas del running aunque tengan el mismo nivel para redactar una frase que el de las chonis de Gran Hermano. Para acabarlo de rematar me he comprado su ¿libro?
Me he dado de alta en un gestor de blogs pero me pasé más tiempo buscando un nombre resultón que escribiendo en él.
Y hasta pago religiosamente con el sueldo de un mes un chusco de pan runner.
… Ahora solo falta tiempo para algo tan secundario como es salir a correr.