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Una carrera popular no es solo ponerse un dorsal (son las mil historias que hay antes, durante y después)

La sitúas en el calendario, te la marcas como un reto y la acabas confirmando con un «Sí, quiero». Ese es el comienzo de todas las aventuras, pero eso no viene de nuevo. Y eso tampoco ha cambiado en las pocas carreras populares que se gestionan actualmente y que sirven como placebo exiguo a falta de la droga dura que no volverá hasta dentro de un largo periodo de tiempo.

Una carrera puede ser un dorsal, un propósito de tiempo estimado, una camiseta o medalla y una foto para subir a las redes sociales. Pero no creas que solo es eso. Una carrera popular es para muchos su forma de hacer nuevas amistades, de empatizar y de estrechar lazos. En definitiva, de socializar con otra gente tras una semana absortos en cumplir con su propia supervivencia en una sociedad que te obliga a que el 80% de tu tiempo se concentre en asumir una serie de agotadoras responsabilidades.

Porque al igual que ese estribillo de una canción que eriza el vello en un concierto a todos los congregados frente a un escenario, también en su propio ámbito puedo asegurar que unen unas zapatillas, unas gotas de sufrimiento y un objetivo común.

Una carrera es la previa a la hora de ir a recoger el dorsal, ese momento de confidencias donde compartes miedos, ambiciones y risas con otros compañeros que al día siguiente van a buscar pasar con nota el autoexamen. De volver a ponernos al día con conocidos de siempre y también de nuevos que poco a poco han ido entrando en nuestras vidas.

Y ya en el día de actos, una carrera es el café de primera hora en los bares cercanos a la zona de salida y la cola en el lavabo del bar del pobre dueño que no sabe el tsunami que se la ha venido encima.

También es quedar a x hora para hacer la foto de grupo (y/o de nuevos colegas) y que justo a esa hora ahí no aparezca ni el 20% de los convocados. Esa instantánea para las redes sociales que al final a trancas y barrancas sí que se acaba tomando, pero que tienes que repetir 30 veces porque, válgame Dios, justo cuando el fotógrafo ha dado al click aparece ese que se había perdido entre la marabunta, el que siempre llega tarde, el empanado que no se sabe la hora de la quedada… Esos minutos perdidos y yo sin aún poder calentar y la vejiga a punto de explotar.

Una carrera no es solo ultimar allí mismo los flecos del plan de carrera con el que piensas arrasar el crono (después los entrenamientos, descansos, la buena y mala vida, y los incontrolables que siempre surgen el mismo día de actos son el cóctel que acaba de poner a cada uno en su sitio, esa es la realidad). Porque también hay otros planes que hay que tener muy en cuenta: dónde quedarás antes y después con los tuyos, por dónde te van a seguir, en qué pueden ayudarte… Vamos, una batalla en multitud de frentes que seguro que al final se cumple a medias.

Una carrera es, de camino a tu cajón de salida (ese establo con olor a reflex, sudor virgen y marabunta en celo atlético), saludar a gente con la que, si lo piensas en frío, casi ni te has dirigido la palabra en este montón de años que llevas corriendo, pero que siempre han estado ahí y por algún motivo ya se han convertido en parte de tu familia. Es ese instante de armonía de cruzarte esos cuatro segundos y ver que todo sigue en su sitio.

Una carrera es, a pocos segundos antes de comenzar a ponerse al lío de que la realidad muestre nuestras fortalezas y debilidades dándole candela a las piernas, el ejercicio de ubicar a ese compañero que sabes que si le sigues la estela te va a llevar por el camino correcto y más fácil. Y, por qué no, también aquel corredor al que has puesto la cruz para meterle un hachazo cuando menos se lo espere gracias a tu entrenamiento invisible (o sea, a ocultar del Strava algunas de tus salidas más gores). Y es que todos en algún momento hemos tenido un poco de Jordan… No en el talento pero sí en el pique.

Y es que una carrera popular también es vivir la rabia del que te chupa rueda y te pega al final un doloroso adelantamiento sin haberte dado un mísero relevo, de estar constantemente rectificando el paso por esos 50 millones de andares diferentes que tenemos los corredores cuando nos juntamos en una grupeta, de guardarte para tus adentros el cabreo del que te obliga a esquivarlo en cada giro porque se te cruza recortando por la acera, del que tira el gel al suelo y tienes que ir por detrás recogiendo su mierda, del que echa pestes de los que vienen por detrás por esa risible supuesta superioridad moral que te da correr minutos más rápido el km. También, no lo voy a negar, es asumir que las carreras tienen sus momentos no tan edificantes y hay que saber lidiar con ellos para que no terminen sepultando todo lo bueno que te aporta.

Pero una carrera popular no es tan solo el YO y solo YO (y eso, ya te digo, es lo mejor). Una carrera popular es acompañar a un amigo que empieza en las competiciones o que te pide ayuda porque hoy su objetivo es mucho más trascendental que el tuyo. Darte un baño de realidad mientras estás corriendo con una multitud que también lo intenta, y así que no se te olvide nunca que quizá ese objetivo de solo poder acabarla y, si puede ser, disfrutarla es la primera y más emotiva gesta a la que todos debemos aspirar. ¿Cuántos de nosotros no tenemos como el primer gran, y quizá mejor, recuerdo el de la vez que pudiste decir Sí, he conseguido cruzar la línea de meta? Eso es inigualable por muchos segundos que luego, competición a competición, le vayas recortando al crono. Es, si realmente amas esto de correr, disfrutar, comprender y apoyar que cada uno valore a su manera el reto de llegar de un punto A a un punto B en un determinado tiempo.

Una carrera es estrechar lazos con aquél que has conocido en mitad del trayecto a tres, cuatro, cinco, seis o siete minutos el kilómetro (y animar al que va a un ritmo diferente al tuyo cuando se cruzan por el recorrido). Porque una carrera también es el escenario perfecto para aprovechar el día para ir al ritmo de conversación que tú decidas y contarte confidencias con esa persona con la  que has hecho migas. Una carrera popular es también uno de los más saludables (claro, siempre que sepas cual es la dosis correcta que pueden asumir tus piernas  y tu corazón) y, en ocasiones, uno de los más emotivos actos sociales que tenemos.

Y cuando has asumido que el crono ya juega inexorablemente en tu contra, una carrera popular es saber reirte de tus fracasos y apreciar el camino y los días que sales a trotar asumiendo que esa actitud es casi tan buen triunfo como la de alzar los brazos y arrancar la cinta de meta. Porque una carrera es saber valorar lo realmente importante en tu vida en un preciso momento y asumir que hoy lo que te va a llenar es perder unos segundos para escorarse a un lado y chocar las manos de los críos que han salido a la calle a ver esta jauría humana de colores fosforitos y semblante semi zombie. O poder hacer de liebre y pasar los días previos a la carrera más nervios que los propios corredores y que todo haya valido la pena si has podido guiar a buen puerto a ese que ha depositado su confianza en un ritmo estable en ti y que luego te lo agradece estrechándote la mano al cruzar la meta.

Es comprobar que muchos de tus amigos no necesitan llevar dorsal para disfrutar de las carreras, ya lo hacen ofreciendo agua, recogiendo la mochila, echándote fotos, tomando el micro o animando por la calle. Es ese momento que se te queda grabado en la memoria de verte penando y que te sigan unos metros con mensajes de ánimo que, aunque en instantes de sufrimiento parece que no son efectivos, ya te digo que a la larga verás que han tenido un efecto crucial para volver a tirar adelante. Una carrera es el cartel que han dibujado a escondidas tus hijos para darte el chute de energía que te hacía falta para darte cuenta que los que le te rodean comprenden lo feliz que te hacen estos momentos.

Un carrera es llegar a meta y celebrar con una euforia desmedida que hoy ha sido el día que habías soñado, pero también es ese momento de nubarrones que se cierne cuando lamentas que las piernas no han tirado cómo tenías planeado. Pero no solo tí, también en una carrera toca consolar con frases sentidas o el catálogo de oraciones manidas al que hoy ha estado por debajo de sus expectativas y ese trabajo de psicólogo es también un ejercicio de amistad igual de necesario que el de quedar a hacer una birra para que un colega se desfogue tras un día aciago en el plano laboral o sentimental.

Que, por supuesto, también es escuchar a lo lejos el sempiterno «ya queda poco» en el km 2 de una carrera de 42 y, dependiendo cómo lo lleves ese día, soltar una carcajada o pensar qué cabrito este... Y oír de fondo alguna queja furibunda de ese viandante porque quiero cruzar y no sé cómo porque estos imbéciles me han cortado MI calle.

Pero en la mayoría de ocasiones, una carrera popular es la cercanía de la gente de ese pueblo que se alegra que hoy les vengas de visita vistiendo sus mejores galas. También, para qué negarlo, la indiferencia del vecino que salía por la mañana a buscar el pan, y el fastidio del que a primera hora de la mañana le habían despertado de un bote a golpe de megafonía. Es vivir un poco la vida de un barrio o pedanía que en alguna ocasión coincide con el tuyo, pero que en la mayoría de ocasiones es el de otros y valoras siempre con la sensación de que estás descubriendo un nuevo mundo.

Es que un pueblo te enseñe que no solo tiene la personalidad que le de el trazado de sus calles asfaltadas sino que lo que le da personalidad son los montes, los caminos y esos parajes que la abrigan. Es que te inviten a jugar en su patio de recreo. Es poder estrechar las manos, dar las gracias por el recibimiento y por invitarte a hacer de comensal en su sabroso banquete.

Y es que una carrera que se dice popular, justamente por eso de ser popular, es mucho más que una competición. Y eso a día de hoy está muy lejos de poder volver llevarse a cabo en las mismas condiciones porque toca centrase en minimizar riesgos y primar la salud general.

Habrá quien se conforme con lo que hay, que es un dorsal, un crono y un escenario (lo justo para competir y sentir el gusanillo), y a otros que no les haga el peso. Es el día a día a corto/medio plazo que les toca vivir a los eventos deportivos, los actos culturales y las acciones sociales, una versión cercenada de lo que fue en su época de esplendor que sirve, con mucho esfuerzo y sacrificio detrás, para poder seguir tirando adelante a la gente que vive de ello (como muchos de nosotros hacemos en nuestro ámbito laboral) mientras esperamos una vuelta a la normalidad.

Pero que no se nos olvide que una carrera no se califica tan fácilmente como el postureo que algún amargado critica pensando que así está marcando territorio y creando personalidad cuando no hay nada más triste que aquél que basa su forma de ser en descalificar a los otros. Porque una carrera siempre ha sido mucho más que eso. Una carrera es, en resumidas cuentas, contacto, empatía y colectivo.

Tardará en llegar ese día en que las carreras populares vuelvan a ser carreras populares, pero mientras tanto no dejemos olvidar durante todo este tiempo qué significa realmente una carrera popular.

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