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UltraPirineu 2015 (la pseudocrónica)

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Mediados de agosto, acabo de bajar de la cima del Taga febril y medio delirando (viva las vacaciones con  38 de fiebre) y para rematar la jugada recibo un mail en el que me dicen que es mi turno en la lista de espera y que si quiero puedo participar en la Ultra Pirineu.

Pues, mire usted: NO, no estoy preparado, ni con ganas de meterme semejante palizón justo ahora mismo que me están metiendo en vena suero para recobrar el pulso.

Y aquí estoy, llevándome la contraria y diciendo SÍ un día antes de que caduque la oferta…

La Ultra Pirineu significaba para mí la oportunidad de quitarme la tontería de una de 100 y nunca más (no me lo creo ni yo) al lado de casa. Una carrera que me la tomaba como cuando eres adolescente y comienzas a montarte tus películas con las historias totalmente exageradas que te van contando aquellos que han pisado el club de moda: sabes que hay que ir una vez en la vida a probarlo… y en la inmensa mayoría de ocasiones vuelves decepcionado pero vendiendo el mismo humo por mantener el nivel de postureo.

Por suerte, al menos por lo que he vivido, la Ultra Pirineu se encuentra dentro de ese margen en el que expectativas y realidad se dan la mano. No se me caen los anillos afirmando que es una gran, grandísima carrera de montaña, que está muy bien organizada (se nota que hay pelas), que tiene unos voluntarios de diez y que el circuito es increíblemente bonito y exigente al que solo le desluce, y creo que muchísimo, los kilómetros de aproximación a Bellver (no todo es perfecto; cosas de la logística y los tiras y aflojas entre los intereses de la organización y el concepto original de Cavalls de Vent).

Cómo echar a perder una estupenda preparación (en fascículos)

Sabía que estaba comenzando a tener buenas piernas y que solo me faltaba seguir esta tónica para llegar a punto para ponerme en la línea de salida con ganas de asegurar el tiro, esto es, no hacer una jaimitada de las mías y atar en corto un objetivo de ambición limitada y que creo (muy fácil soltarlo a los cuatro vientos, luego hay que demostrarlo) que sin asumir riesgos era factible: bajar de las 20 horas pero, ante todo, acabar con la sensación de que he disfrutado más de lo que he sufrido.

Todo iba rodado, dentro de lo rodado que puede ser una vida caótica y anárquica con horarios casi de búho y pseudoentrenamientos sin patrones establecidos más allá de dejar el reloj de lado y buscar sensaciones (si sufres en verano, en otoño vuelas, esa es la máxima).

Todo en orden hasta que en la última semana decido de forma inconsciente dormir poquísimo (se me van acumulando tareas); dejar para última hora cosas imprescindibles (ese material obligatorio que me hace entrar en un subterráneo mercado de préstamos que por cuestiones económicas casi me hacen descartar meterme en semejante fregado; gracias a Luis, Juanje, Lídia, David, Jordi, Mon y Mari Mar por ofreceros a casi vestirme y taparme con manta); sobrevenirme un ataque de pánico el jueves por mi obsesión de escuadriñar los circuitos con el Google Earth que me hunde anímicamente (esto a mí me va grande) que tiene sus consecuencias físicas con un estómago que se ha aliado para hacerme la zancadilla (ya tuvo suficiente con el tute que le metí en Catllaràs, normal que no quiera pasar por lo mismo); y una fatalidad en el curro que me obliga a quedarme hasta ultimísima hora en la redacción el mismo día que tengo que recoger el dorsal (se suponía que debería tener fiesta, subir tranquilo a Bagà, saludar a gente y disfrutar del día), con dos horas de margen para salir pitando de Barna con mi vetusto y querido Corsa, dejar una bolsa de la vida a medio camino casi sin poder terciar una frase coherente y llegar a Bagà totalmente trinchado por los nervios para que ya se acabe torciendo del todo.

Y es que la puntilla me llega con la revisión de material: la chaqueta no pasa y si no llevo otra no podré correr más allá de Bellver (km 40). En ese momento echo de menos no haberme atado un chaleco bomba e iniciar una inmolación personal pero, por suerte, mi historial de conatos pirómanos quedan relegados a causas menores y ya lejanas: una hoguera de San Juan quemada un día antes de la fiesta, una habitación ardiendo por la gracia de juguetear con un mechero y una cortina, salir de un curro en llamas caminando como si fuera algo de lo más normal, e incluso, ser rescatado por los bomberos por la ventana antes de que saliera achicharrado de la granja donde vivía de peque. Sí, el cuento acabará cuando incineren mi cuerpo.

Yo me apoyo en el argumento de los datos (la chaqueta cumple de sobras con los especificaciones que reclaman), ellos en el de la lógica (un impermeable con agujeros no es impermeable). Gana la lógica por goleada, tienen razón, y aunque no la tuvieran, tienen el poder de la última palabra. Que para eso la carrera es suya y pueden hacer lo que les salga de los huevos.

En ese momento veo claro que todo está orientado a que no la corra y justo cuando aparecen David Lladó y Jordi Ruzaken, conformando de nuevo el trío calavera, les digo que paso, que no voy a correr, que se ha acabado. Al momento entran al rescate y se marcan un trabajo de pico y pala a lo largo de la noche: David me presta la chaqueta ya que no tiene intención de correr más allá de Bellver por una inoportuna lesión (a él, que realmente le hacía una ilusión tremenda y que el año que viene volverá para saldar la cuenta) y Jordi me obliga a sentarme en el diván para que interiorice que vale la pena al menos intentarlo y que ya ahí busque sensaciones a lo largo de la carrera porque, quién sabe, quizá las encuentre con la adrenalina bullendo.

Sé que en el 95% de los casos cuando algo empieza mal, acaba fatal (o sea, no acaba), el estado de pasarla putas debe llegar en el último tercio de carrera, y si lo has hecho muy mal, a mitad de ella, nunca desde el inicio… pero al final compro mientras nos zampamos un kilo de pasta regeneradora. Como con el Toro de la Vega, las tradiciones hay que mantenerlas. Por eso tampoco nos olvidamos los David de reincidir en nuestro espectáculo sobre como liarla montando la mochila (al borde del colapso al olvidarme la manta térmica que no hacía ni un segundo que tenía en la misma palma de la mano) mientras Jordi se parte la caja. El cachondeo total y surrealista llega cuando voy a cerrar la cremallera de uno de los bolsillos de la carísima (y prestada) mochila que voy a llevar mañana y ésta se rompe. Me sale de lo más hondo del alma: Definitivamente, ésta no es mi carrera.

La previa

Pero a la mañana siguiente tras caer rendido en la cama (los nervios dejan a uno hecho una piltrafa) y dormir cuatro horas seguidas como un lirón (NOTA MENTAL: cambia YA de colchón) me veo con ánimo de situarme en la salida a ver los kilómetros pasar hasta que el cuerpo y la cabeza digan basta y me vuelva para casa. Ese es el objetivo, disfrutar mientras se pueda y dejarlo estar cuando comience a torcerse. Coño, que estoy en una carrera que va a molar lo suyo… y que son 135 euracos que me han rascado el bolsillo y parte del tejido hepático. Mis futuros hijos tendrán que descartar poder ir a la universidad y con ello ser unos chicos de provecho, con un trabajo estable, reputado y bien remunerado. Oh, wait!

Llegamos estupendamente fácil a Bagà desde La Pobla, es lo que tiene tener a una cicerone como Jordi, alguien que aún sin participar en ella (ya caerá, de eso estoy completamente seguro) se conoce todos los recovecos , secretos y chanchullos de la Ultra Pirineu / Cavalls de Vent como si fuera la palma de su mano.

Hacemos las fotos de rigor, nos situamos en la barqueta de atrás sin buscar una posición delantera porque ya no se trata de eso. Suena la canción de el Último Mohicano y me mola mucho todo lo que se concentra en la plaza más que nada porque veo a mucha gente ilusionadísima con la aventura que van a protagonizar en breves instantes. Con la canción de marras me sucede lo mismo que con Radiohead, Lost In Traslation o Paul Auster: el día que debían tocarme emocionalmente yo estaba haciendo novillos viendo Dos tontos muy tontos y con The Clash sonando de fondo.

Niu de l’Àliga, una vez en la vida

Partimos muy lentos porque hay algo de colapso al inicio, y eso me viene bien porque por las calles de Bagà escucho un Daviiiiiiid a punto de gallo procedente de la garganta de mi madre, que así cumple con la promesa de venir a saludarme en la salida como excusa perfecta para la que será su principal y más motivante misión del día: ir a recoger bolets. Mi plan nutricional hasta final de año se va a basar en tupers de llanegues.

Voy haciendo el inicio de la subida, que es la zona más calmada, junto a David; por ahí también anda la madre de Kilian animando a los corredores (me pregunto si también como mi madre tiene el talento de traer cestas inmensas de bolets a casa y no revelar el secreto de su ubicación en su puñetera vida… sospecho que con tanto hermetismo al final las matriarcas tiran de alguna pseudomafia), y cuando la pendiente comienza a anunciar que el Niu asoma al fondo decido tirar adelante rebasando y saludando a todos aquellos que voy reconociendo. Voy pillando bastantes tapones y me los tomo con mi filosofía de saldo: cada tapón ahora es un km menos de sufrimiento después. Bastante tengo con sortear la lluvia de bastones que se dirigen a mis tobillos.

Todo sería normal si no fuese porque ya veo que esta vez no batallo solo contra una admirable bestia de 110 km y casi 7.000 metros de desnivel, también tengo que lidiar con los berrinches de un niño mimado que ha puesto el freno de mano en seco. La cabeza desde el primer momento me está diciendo que qué demonios hago aquí, que no es mi carrera, que es mejor dejarlo estar. Voy cruzadísimo, tan ofuscado que a lo largo de la jornada seré incapaz de tener una visión periférica de todas las maravillas que me rodean en la Serra del Cadí-Moixeró.  Y eso, ya os  lo digo, es una puñetera mierda.

Las piernas, eso sí, funcionan porque están en modo automático, el trabajo de las semanas previas se notan en estos primeros kilómetros y tampoco las fuerzo: me he olvidado tanto del crono y los objetivos que me doy cuenta que no he puesto en marcha el reloj hasta que han pasado 15 minutos.


La subida… la primera parte es bonita pero no destaca en nada en especial, pero desde el Rebost al Niu es totalmente espectacular, tanto por el paisaje, cada vez más amplio y desoladamente verde, como por la cantidad de gente que ha tenido los soberanos huevos de acercarse a animar con el frío que comienza a hacer a partir de los 1.500 metros de altitud. Esta subida hay que vivirla al menos una vez en la vida.

Me encantaría decir que los vítores de todos los que animan a lo largo de la subida (los punkis, una cantidad inmensa de clubs, de adultos haciendo sonar los cencerros, de niños e, incluso, de una mujer que me tira un piropo que llena mi desvalido orgullo) son lo que me mantienen con un poco de ganas de seguir, pero es falso: yo no estoy de cuerpo presente ahí, solo ando lamentándome por dentro de no disfrutar de una escena que en circunstancias normales me llevarían directamente a la lágrima.

Y es que ya comienza a dolerme la cabeza, y además bastante, de tanta batallita insulsa que tengo conmigo mismo (por favor, David, ya está, déjate de malos rollos me voy insistiendo), el estómago sigue regirado y comienzo a darme cuenta que con el estrés de los días previos he cometido un montón de minúsculos errores de planificación, entre ellos el de dejarme los manguitos en la bolsa de vida que se suponía me deberían entregar los colegas en Estasens (km 82), ya cuando realmente casi ni me va a hacer falta… Comenzamos con las jaimitadas.

Hace tanto frío que no puedo cerrar las manos y el riego sanguíneo no me da para ver que tirar de cortavientos y guantes sería la mejor solución aunque tenga que parar unos segundos para colocármelo. Decido aguantar hasta Niu a pelo por una de esas elucubraciones que solo son plausibles cuando estás borracho o eres muy, pero que muy tonto (demasiado Discovery Max y libros de Rafa Vega en mi retina): con el paso de los minutos subirá la temperatura… Ya, David, y cuantos más metros subas, más bajará, cabeza de chorlito. Y se supone que yo me gano las lentejas trabajando en la meteo… Me acojono en algún momento que noto hormigueo por el brazo y me voy forzando a cerrar en lo que pueda la mano en la cerca de una hora que creo aún me queda por recorrer.

Ya casi tocando el Niu me encuentro con Jordi al que le comento que David viene por detrás y que… que nada, que no tengo solución (soy la persona más cabezota del mundo, no hay peor tirano y dictador que uno consigo mismo) y que quizá me quede en Bellver; luego veo a Maria del Mar, una Red Runner que me ofreció desinteresadamente una habitación en Bagà y me paro a saludarla, agradecerle el gesto y preguntarle qué tal va Manel, su marido, que se ha preparado a conciencia y con muchísima ilusión esta carrera. Y arriba del todo me esperan Juanje, Lídia y Antonio, que van a hacerme de apoyo anímico y material en varios puntos de la carrera, sin ningún plan específico porque soy así de jipi y de bibalabida.

La tónica era parar poco en los avituallamientos de paso (solo abastecerme todo lo necesario, comer bastante y tirar) y no dormirme en los importantes, pero como veo que no me encuentro bien decido perder todo el tiempo que haga falta en todos los puntos; en el del Niu, tan atestado de gente que casi no se puede pasar, me quedo unos 15 min. Lídia me da algunos consejos para comer con algo de coherencia y no a lo monguer, y entre Juanje y Marley (Antonio) me ayudan a ponerme la chaqueta y los guantes porque aún no he recuperado la sensibilidad suficiente en las manos para hacerlo por mi mismo. Me despido de ellos, ya no nos veremos hasta Estasens, aunque tal y como van las cosas me parece que ya será tomando unas cervezas.

Bajando a Bellver, esto me sobra

La bajada es técnica al principio, cosa que me va genial para ir avanzando gente, hasta el momento en que vuelvo a encontrarme con varios tapones que dan al traste avanzar rápido. Mejor, porque cada paso que doy me retumba en la cabeza como si estuviese en un ring recibiendo la tundra del siglo. La gente reserva mucho porque en las zonas tapadas y de vegetación frondosa hay que ir con mucho cautela, resbala más que el suelo recién fregado.

Es un rato más tarde cuando me topo con las grandes trampas que esconde esta Ultra Pirineu, que son ni más ni menos que aquellas que apenas se dejan notar en el dibujo del recorrido y te pillan por sorpresa, terreno pestoso de constantes subes y bajas que se hace eterno y, en ocasiones, francamente duro. Como siempre, fíate tú del perfil de una carrera fijándote solo en las paredes verticales porque es en sus minucias donde te clava la estaca. Al Niu venía preparado, a estas emboscadas, como casi siempre, en pelotas.

Como las sensaciones siguen siendo pésimas, me paso mis buenos ratos en los avituallamientos, tras Catllaràs he decidido tirar lo mínimo de geles (aunque voy cargado) y aprovechar que aquí hay de todo y en abundancia y que los voluntarios están por ti a cada segundo (gracias a todos, de verdad, un lujo). Ahora, me pongo tan mazacote que los primeros cinco minutos tras dejar el buffet atrás me los tengo que pasar intentando que el estómago vuelva a su sitio. Saliendo del Serrat reconozco a Salud, como es habitual en mí no acierto con el nombre hasta que ella me lo pone fácil. Me presento y sorprendida me comenta que no se esperaba que al final estuviera aquí y que se alegra un montón que así sea. Pues, oye, que me da la vida unos cuantos metros esa afirmación.

Voy parando cada dos por tres porque con las prisas esta vez no he ordenado la mochila y tengo que ir rebuscando para encontrar las sales, barritas, tubulares. Me voy dando cuenta que tengo repe cosas inútiles y me faltan los cromos más básicos.  Vaya tela. Mi mochila es ahora mismo mi casa de lunes a viernes, la mayoría de los sábados y, sin duda, también los domingos. Solo se salva el día que tengo una visita que puede echar abajo mi cochambrosa reputación.

A partir de aquí comienza una zona pistera de bajada con algún corriol muy resbaladizo donde te dejas llevar. Aunque no ando fino y mi estómago me está pidiendo que haga una parada técnica ya, los km van pasando y ya con Bellver de fondo nos juntamos una docena para correr a un ritmo totalmente asumible hasta el gran avituallamiento. Contemplo un momento de postal que a la marca que patrocina la carrera se le  caería la baba: una fila de mochilas Salomon esquiando una montaña es una imagen de marketing potentísima. Lo cierto es que la mochila va como un guante y no me dio ningún problema a lo  largo del día (ahora, arreglar lo de las cremalleras de los bolsillos porque vaya tela).

Esta zona se nos hace pesadísima a todos y al final a mí me saca de punto ya asomando la orilla. Tengo la suerte de poder saludar al Abuelo Runner que enterísimo y muy animado ya va camino del Pas dels Gosolans, y veo a Jordi que me alerta de que hay control de material y que van bastante a saco (parece ser que un Top Ten había sido descalificado) y no sabe si le permitirán a David pasar de ahí (el control está justo antes de entrar a jalar, hay que tener mala leche). Le comento que por mí lo dejo aquí, que realmente no tengo ganas de seguir y me puedo esperar a que llegue y cederle el impermeable. Al final, esperando respuesta de David, tiro adelante hasta el avituallamiento para ir comiendo, paso el control sin problemas y por mensaje él me comenta que va semi apajareado y que no cambia de planes, lo deja en Bellver y el año que viene se toma su cumplida venganza.

Me paso todo una hora metido en el pabellón, intentando reponer fuerzas, buscando un poco de argumento sólido que me anime a seguir y también una silla libre: la única que consigo, al darme media vuelta un instante para ir a buscar agua, ya la han ocupado tirando la mochila al suelo para sentarse otro. De esos momentos en que te molaría mandarlo todo a la mierda.

Comienzo con mi show: expulso las sales por la nariz tras diluirla en agua porque soy incapaz de tragarme una puñetera cápsula; voy al lavabo a mojarme la cabeza y hago de todo menos eso; y saludo a Ricardo Esclapez y José (de la Ultra Collserola) que este año vienen la mar de tranquilos a completar el recorrido tras una mala experiencia el año pasado. Me alegro de verlos tan enteros y felices.

Jordi, again (gracias, tío), me intenta convencer de seguir adelante, que realmente no voy mal (lo cierto, es que el tiempo es, tal como ando y que voy parando a la más mínima, bastante respetable, proyección de 20-21 horas) y que cuanto más cerca esté de la meta, más ganas tendré de acabar. Además no tengo ganas de esperar allí hasta que la organización me recoja para devolverme a Bagà sintiéndome un juguete roto, aunque si me molaría saludar a Ángel Contador de km que se está puliendo la Marató con meta ahí mismo. Y me motiva mucho regalarme el pas dels Gosolans, de la que David ya me ha avisado que es una pared durísima, porque estoy seguro que arriba habrá una recompensa que valdrá por toda la agonía de la jornada. Y ya, para finiquitarlo del todo, sé que tengo la casilla de salvación de los colegas que andarán por Estasens y me parece una fenomenal idea dar carpetazo a la Ultra Pirineu al lado de ellos. Definitivamente, vamos a por ello.

Me lio la manta a la cabeza: a por el Pas dels Gosolans

Salgo con la idea de no correr y ponerme a caminar rápido en el llano y todo lo que mire hacia arriba (20 kilometrazos) a no ser que el perfil de la carrera diga lo contrario, al menos hasta que el estómago me permita hacer algo más, y resulta ser una estrategia de lo más eficiente, a los pocos minutos ya recupero algunas posiciones que había perdido nada más partir y voy adelantando hasta el siguiente avituallamiento a bastante gente que creo que está sufriendo más que yo el poco calor que hace a esas horas del día (pocas veces tendremos una meteo tan agradable como la del sábado).

Comienzo a encontrarme bien y en mi mente por una vez cavilo la posibilidad de intentar acabar la carrera, a este ritmo y con estos desniveles totalmente asumibles me siento muy cómodo. La sensación dura poco, en los tramos de bajada las piernas ya se desconectan y cuando el terreno se empina de verdad sufro demasiado para lo que realmente son. Ha estado bien eso de pensar por un momento que con cuatro copas me iba a llevar a la guapa a la piltra, ahora me doy cuenta que soy un auténtico pagafantas con aún una factura de 30 km que pagar hasta quedar libre de cargas.

De Cortals a Aguiló solo recuerdo que se me hace muy largo, que voy tirando xinoxano con lo poco que me queda y que me voy despidiendo de cualquier posibilidad de hacer algo digno. Voy recogiendo restos de geles, casi todo lo que me encuentro es la parte superior que se arranca y algún que otro tubo y me los voy guardando en el bolsillo del pantalón. Realmente son muy pocos contando toda la gente que tengo por delante, pero veo que el único gilipuertas que ha rotulado el número de dorsal en cada barrita he sido yo, y me parto pensando en la posibilidad que se me caiga uno de los míos y me acaben sancionando. Estos tramos no se acaban nunca e incluso hay una pared cerca de la Comabona que se nos hace durísima a los que la encaramos. Con más pena que gloria la sorteamos y comenzamos el camino de descenso a Cortals.

Kilómetro vertical infernal

En el avituallamiento de Cortals me encuentro a un colega que conocí en una punk y que va muy convencido en acabarla en 21 horas, le deseo suerte con un «nos vemos en Bagà» que espero que a él sí le funcione. Eso me hace ver que, al loro, que no estamos tan mal, sencillamente no estamos porque ando enfurruñado conmigo mismo. Intento buscar hueco para sentarme, y como tranquilo oteando en el horizonte el coloso que nos toca acometer: el pas dels Gosolans.

Antes de que me tiente más la invitación de uno de los voluntarios que va preguntando si hay alguno que se quiera dar de baja, tiro adelante, va a ser un kilómetro largo realmente agonizante. Con la pendiente que nos vamos a encontrar comienzo a darme realmente cuenta de lo que ayudarían los bastones en este tipo de terrenos, esos bastones de los que siempre he renegado. Nada más iniciar la subida me cruzo con un par que se dan media vuelta dispuestos, ahora sí, a aceptar esa oferta de abandono. Yo, como tengo las neuronas en escabeche y me lo he tomado como algo personal, sigo adelante, al principio sufriendo pero llevando un ritmo constante, y ya cuando realmente la pendiente exige sacar lo poco que te queda dentro, teniendo que parar cada 10-15 pasos para pillar resuello y bajar pulsaciones. Una salvajada que salvo gracias al sonido de un cencerro que me va guiando hasta la cima.

Y a partir de ahí, el regalo que sabía que iba a merecer la pena: unos kilómetros cresteando por la serra del Cadí con el Pedraforca presidiendo el horizonte mientras el día poco a poco se va apagando. Una maravilla de tal calibre que algunos deciden tumbarse a disfrutar del espectáculo.

Llamada perdida a Gósol

Pensaba que la bajada sería mucho más técnica pero los 13 km que me quedan hasta llegar al segundo gran avituallamiento del día en Gósol son para tirarse a tumba abierta si las piernas estuviesen frescas… y luego no quedasen 36 km más de pura agonía.

El problema es que llevo flaqueando desde hace bastante, y es una pena porque si no fuera por el coco estaría en disposición de colaborar con la causa: muscularmente no he tenido ningún problema a lo largo de la jornada, acerté de pleno con las bambas (ni las noto, de eso se  trata) y, encima, el tiempo invita a rodar rápido. Voy tirando con lo que puedo que es poco más que bajar imitando el movimiento de un robot de peli de serie B de forma bastante ridícula. Al principio voy corriendo bastante, luego cada vez menos, al final hasta me pongo a caminar en las zonas más calmadas.

Voy apurando sin frontal para intentar mimetizarme con el paisaje hasta el momento en el que la noche cae del todo y ya no puedo distinguir las señales (por cierto, carrera MUY BIEN marcada, ni un atisbo de duda para seguir los caminos). Aprovecho que tengo que abrir la mochila para pillar el móvil  y contestar algunas de las miles de llamadas y mensajes que tengo porque al desconectar de la competición mucha gente se estará preguntando si realmente sigo en carrera o he abandonado. Pero… oh, sorpresa, otra cremallera encasquillada y esta vez sin poder acceder a lo que hay dentro a no ser que me la cargue del todo. Suena la alarma de que apenas me queda batería (ya me vale no ponerlo en modo avión), sigue sonando el teléfono cada dos por tres (realmente deben estar preocupados y yo de los nervios al no poder hacer nada) pero no me queda otra que aguantar hasta Gósol e intentar allí encontrar una solución. La situación es tan esperpéntica y ridícula que se me escapa una carcajada ahí solo en el monte. Otra de las mías.

Por la cabeza me va rondando una visión de Gósol bastante tétrica y deprimente, en consonancia a mi estado físico y muy lejos del pueblo de postal que he visitado más de una vez. Por suerte, no será así, allí me están esperando Juanje , Lídia y Antonio que han adelantado su posición porque otros amigos, Tania y Chisma, habían venido con los críos a animarme (uno de ellos hasta con un cartel que, por desgracia, no llegué a tiempo de divisar).

Me abrazo a Antonio y él va pidiendo a la gente que aplauda aún más (como si hubieran dejado alguna vez de aplaudir, desde que he entrado al pueblo todo han sido palabras de ánimo) a lo que la gente responde haciendo aún más ruido, y los cuatro hacemos caminando los últimos 200 metros hasta el avituallamiento en lo que ya intuyo que puede ser una bello broche a una experiencia diferente de lo que es una ésta no es mi carrera.

Despedida y cierre

Juanje acude al rescate de mi mochila y podemos, no sin pocas dificultades, sacar el móvil. A punto de agotarse la batería intento contestar las llamadas más urgentes, entre ellas la de mi madre que me suelta la frase definitiva:.»74 km ya está bien, ¿no?». Pues sí, han sido 74 sufridísimos km que no me han dado casi ni un momento de tregua, como si hubiera cargado a cuestas al hombre del mazo torturándome dentro de la cabeza desde que se dio el pistoletazo de salida. Visto así, me lo tomo como algo meritorio.

Sé que es hora de plegar aunque voy intentando dejar pasar los minutos jalando la butifarra del avituallamiento y charlando, a ver si con el racaneo encuentro un mínimo ánimo de convencerme a seguir. Solo son 36 km que podría hacer incluso andando pero soy consciente de que esta vez els Empedrats va ser demasiado para mí y que salir solo a sumar algunos kilómetros más ya no tiene gracia: es de noche, no vas a subir picos altos y pocos paisajes vas a disfrutar  más.

De lo que realmente tengo ganas es de quedarme ahí y disfrutar de los amigos. Y aunque lo de que si me pilla la muerte, que sea con las bambas puestas me parece muy épico y queda genial en esas novelas que inundan el culo de las papeleras de cualquier librería y en las biografías de twitter de los flipados de la vida, yo prefiero que si algún día me tiene que pasar que sea con mis amigos cerca. Decido plegar y voy a comunicárselo al chico que se encarga de tomar nota de los partes de guerra con el que mantengo una charla animada que me certifica una cosa: el trato humano de los voluntarios de esta carrera y de la mayoría en las que participo por esta zona hacen que ame tanto este deporte.

El hecho de tener que volver a Bagà es un palo inmenso pero no me queda otra ya que tengo que recoger el coche y la mochila. Por suerte, ese viaje en furgo me tiene reservada una grandísima sorpresa, llegamos justo cuando Oscar Sánchez va a cruzar la meta, con Lluis y todos los colegas animándole. Se ha marcado el carrerón de su vida (16 horas y media) y yo he podido estar presente y darle la bienvenida. No hay mal que por bien no venga.

No me estoy mucho rato en la zona de llegada porque el frío comienza a calar, las piernas ya comienzan a emular a Chiquito de la Calzada, y al Depa speaker es mejor tomarlo a sorbitos porque si no vas a volver a casa con un dolor de cabeza mayor que tragándote una botella entera de Jagermeister. Satura mucho, tanto como los decibelios que escupen los bafles. Me marcho de la plaza con el buen sabor de boca que me deja la dicharachera versión de los Presidents del ‘Video Kill…’, me parece que no hay canción más nostágicamente feliz que esa para decir adiós a Bagà. Aunque quién sabe si es un hasta la próxima.


Gracias a Jordi, Juanje, David y la propia Ultra Pirineu por las fotos.

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