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Promoción para hoy, hambre para mañana

DORSAL PARA HOY HAMBRE PARA MAÑANA Vivimos tiempos de incerteza. Se inauguran  tiendas deportivas cuando algunas ya comienzan a bajar la persiana. Nacen carreras de todo tipo de piel y pelaje mientras otras se quedan en malos abortos a pocos días de celebrarse. Surgen nuevas marcas de ropa deportiva y a su vez se deshilachan sus cuentas ante tanta competencia y precios desorbitados. Otra nueva estrellona promociona un mensaje proteico pero ya se están agotando los patrocinadores que estén dispuestos a creer en él por muchos seguidores ficticios que muestre su book en las redes sociales. Todo el mundo quiere hacerse un hueco en el mundillo aunque cada vez el espacio sea más pequeño y sea a costa de los que están haciendo un trabajo digno. Y si hay que usar algún tipo de estrategia de marketing que pudieras ver en cualquier otro sector comercial, eso es algo que no nos debería extrañar, es lo normal dentro de una sociedad capitalista donde lo que prima es el fin, el dinero, antes que la esencia, el deporte. Aunque de eso ya hablaré otro día.

Hoy me voy a centrar en una técnica que practican algunos pocos que me tiene mosca (un comentario en una entrada anterior me lo ha vuelto a recordar) y que ya viví en primera persona cuando el boom de los festivales de música: el sorteo/regalo de dorsales a la desesperada, las promociones para maquillar números, el abrir la puerta a última hora cuando muchos de los que estaban ya dentro han sacrificado horas de sueño matándose a currar (no todos nacemos con un pan bajo el brazo, yo lo hice con una máquina de soldar con la que me pagué la carrera) para poder pagar el peaje de acceso.

El sorteo de entradas ha tenido históricamente una vocación clara: la promoción de un evento, ya sea éste un concierto, un partido de fútbol o un monólogo inspiracional. Una técnica que ha funcionado de maravilla cuando el interés de la audiencia estaba enfocado en el contenido y no solo en la colección de  trofeos de caza.

Luego, ya fue rizar el rizo. Si la gente está tan interesada, ¿por qué no hacer negocio de ello? Así nació la técnica del sorteo vía sms: pagar por hacerte creer que tienes alguna posibilidad de acudir a ese evento. Pero funciona por el mismo motivo de antes, lo que hay detrás es tan interesante que genera una audiencia masiva que, si hiciera falta, mataría a su familia por estar allí presente.

¿Pero qué pasa cuando tu propuesta no levanta las pasiones que en un primer momento creías un objetivo fácil de conseguir? Pues lo normal sería hacer una lectura sosegada de cuál es el motivo de ese principio de fracaso y actuar en consecuencia. Pero, ai, estamos hablando de la histeria colectiva que genera el running, solo comparable al de los festivales musicales, la burbuja inmobiliaria y la restauración con chefs estrellas (en un mundo perfecto el espejo sería Arguiñano y no Sergi Arola), así que eso de la reflexión queda resumido perfectamente en cualquier título de la obra literaria de Chema Martínez.

Puede que haya una masificación y tú oferta no destaque del resto, puede que lo que ofreces al precio que reclamas no se ajuste a la realidad, o puede que, simplemente, hayas caído en el engaño de que sin mover un dedo ya vas a tener un fijo de clientes. Pero el interés (o al menos la curiosidad) hay que currárselo antes. Por mucho que regales cubatas ni en coma etílico voy a un concierto de Leticia Sabater.

Lástima que al final la mayoría hacen siempre la misma lectura y ésta no deja otra puerta abierta que la de la huida hacía delante: en lugar de buscar una fecha más idónea, en lugar de adecuar el precio de la inscripción para que desde un primer momento resulte atractivo para todos, en lugar de demostrar que tu evento vale cada céntimo invertido, en lugar de todo eso, se comienza un camino hacía el abismo donde lo que realmente importa es inflar la cifra de participantes aunque sea palmando pasta.

Y aquí juega un papel fundamental las promociones suicidas: el sorteo a discreción de dorsales, que es casi un eufemismo de regalar plazas ya que hemos llegado a un punto en el que casi hay más oferta que demanda (si ya se hacen desde blogs es que la situación roza la desesperación), y la reducción drástica del precio de la inscripción en días puntuales. Genial si eres uno de los afortunados, pero la cara de gilipollas que se te queda si tú has pagado la inscripción a precio normal debe ser parecida a la de Cospedal al comprobar que su propio pucherazo electoral es la que la ha expulsado del poder.

Corredores, aprovechadlo porque no creo que dure mucho. Esto de ir a perder dinero solo es válido en nuestra sociedad si sirve para hacerle la zancadilla al de al lado, pillar subvenciones o inflar la nota de prensa que se repartirá entre todos esos medios que han convertido el periodismo en el repicado de textos ajenos. Pero no sanea cuentas, más bien al contrario.

Porque si no se tiene respeto a la gente que depositó su confianza en ti, no esperes que luego vuelvan a hacerlo; lo más probable es que en el futuro la mayoría de esos corredores dilaten su decisión a última hora a ver si suena la flauta y pueden acudir gratis. Si repiten, claro.

La promoción a la desesperada es una técnica que te puede ayudar a salvar las cifras (que no las cuentas) de esa edición, pero que sienta un precedente del que no te vas a escapar. ¿Cuánta gente estará dispuesta a repetir si sabe que tarde o temprano caerá una oferta? Ocurrirá que tardarán más en apuntarse, los organizadores se moverán con un número de inscritos más incierto y luego llegarán los lloros, pataletas y debacles. Y es que el pueblo solo interpreta el papel de tonto eterno cuando tiene una urna delante.

Y yo me pregunto si no sale más a cuenta poner un precio de inscripción que no parezca un timo y centrarse en ofrecer una experiencia que luego desemboque en la mejor hoja de promoción a la que puede aspirar carrera alguna: un inmejorable boca-oreja.

Un tiro tras otro en el pie que de tanto insistir dejará una hemorragia imposible de cerrar. Dorsal para hoy y hambre para mañana.

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