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¿Vale la pena vivir un maratón?

Por si te pregunta alguien que si merece la pena enfrascarse en tal batalla… Maratón es esto:

El sueño del Algún día.

La certeza del Ahora es el momento.

El gesto valiente con pulso tembloroso de hacer click a Confirmar inscripción.

La confianza extrema de las primeras semanas.

La bravuconería de las siguientes.

El no hacer caso a los signos de alarma. Total, falta un mundo.

Las primeras dudas que surgen al cerciorarse que esto va en serio.

El venirse arriba cuando alguien te dice un Estoy seguro que serás capaz de hacerlo.

El hundirse cada vez que te sueltan un ¿Te lo has pensado bien?.

La sensación de vértigo al comprobar que caen las hojas del calendario más rápido que tu asimilación del entrenamiento.

El mundo que se te viene encima a la más mínima molestia.

El alivio de comprobar que es una falsa alarma.

El martirio de tener que decir No a un rico banquete o a otra cerveza más (luego comprobarás que correr y vida disoluta pueden ir perfectamente de la mano).

La lucha sin cuartel contra ese sofá y manta tan tentadores cuando el frío acecha.

Alcanzar un pacto de no agresión con el despertador cada vez que tienes una carrera de preparación o un entrenamiento de calidad.

El aferrarse al Valdrá la pena para machacar los temores.

Convertirte en una persona monotemática a falta de un mes. Esa santa paciencia de los que te rodean bien tendrá que ser recompensada, ¡eh!

El agotador esfuerzo mental de frenarse para llegar a tope a la línea de salida. It’s Tappering time!

El manojo de nervios en que te conviertes la semana previa.

Esa resignación que baila entre el optimismo de haber cumplido y el pesimismo de que siempre puedes hacerlo mejor que hay tras el La suerte está echada.

Ponerse como Falete a base de pasta, se abre la veda de acumular reservas para el gran día.

El escalofrío al ver pintada la línea azul en el asfalto. Sensación que intentarás captar con una buena foto en tu móvil. No falla.

La última salida en solitario, sin presiones ni exigencias, en el que te cuentas tu vida y por fin te das cuenta que todo esto ya ha valido la pena… Se le llama armonía.

La borrachera abrumadora de ambiente maratoniano cuando vas a ir a recoger el dorsal.

Hacer la mochila con el mismo tacto y displicencia que si estuvieras desactivando una bomba.

No pegar apenas ojo la noche previa.

Levantarte 30 segundos antes de que suene el despertador. Primera batalla ganada.

El desayuno calculado hasta la última caloría, vestirse con más detalle que el día de tu boda, la última revisión exhaustiva del equipo.

El silencio sepulcral hasta la llegada al recinto, dentro de ti sí que hay un escándalo de gritos y posiciones encontradas.

El calentamiento más analítico que has hecho en tu vida. Todo está en orden.

La sensación de pequeñez en el momento que entras en tu cajón de salida, algo que se diluirá al empatizar con el temor lógico del resto de corredores.

La mirada perdida pero confiada hacia el infinito.

Esa mezcla de paz y desorientación en el momento de sonar el disparo. Acabas de despertarte, esto es REAL.

La sorprendente facilidad de los primeros kilómetros

El engreimiento de los siguientes. Ahora ya no queremos terminar, también queremos arrasar.

La rutina que se apodera de tus piernas.

La cabeza que comienza a carburar para ir marginando cualquier pensamiento negativo.

Los primeros síntomas de agonía, ahora sabes que estás en un MARATÓN.

Cruzar el media maratón donde haces balance de daños y perjuicios. Vamos bien… Pero queda un mundo y esto es duro, joder.

El comprobar preocupado que el ritmo ya no es tan vivo.

Cambiar los planes, o sea, volver al plan inicial, el que está hecho desde el respeto, la confianza y el temor: el plan inteligente.

El muro que te golpea duro. Demasiado tarde.

El ¿Por qué coño me metí en este infierno?

La palabra ABANDONO que taladrea en lo más hondo de tu alma. El esfuerzo mental y de orgullo para que no te conquiste.

El continuar a tientas y barrancas como si llevases atados a tus tobillos unos grilletes.

El Nunca más vuelvo a repetir.

El darte los mimos y cariños que realmente te mereces. Quiérete, es ahora cuando necesitas realmente confiar en ti mismo.

El volverse a repetir una y otra vez el mismo mantra Seguro que valdrá la pena cruzar la meta (ya que aún no sabes que ya vale la pena estar ahí metido).

Esos puntos kilométricos finales que siempre están en el horizonte y siempre demasiado lejos.

El rascar energías de una botella de agua, de un pedazo de fruta, del grito de un aficionado, del recuerdo de por qué estás aquí y todo lo que has hecho para conseguirlo.

Tus piernas que ahora ya son de cemento armado.

El km 40, ese momento en el que una leve sonrisa que quieres soslayar comienza a vislumbrar que esto va a buen puerto.

Los últimos metros que parecen kilómetros. Quizá tu cabeza tenía algo de razón.

El calor del público que te señala la meta

La alegría asfixiante del último km.

Esa lágrima imbatible al ver la línea de la llegada

La batidora de sentimientos tras cruzar la meta.

La sensación de vacío que te queda después.

El abrazo sentido con los tuyos y… derrumbarse.

La verborrea irrefrenable de ese niño que tiene una gran aventura que contar.

El mirarse una y otra vez la medalla que te han colgado, es de latón pero sabe como si fuera de  platino.

La jornada de embriaguez mental hasta que caes rendido en la cama. Estás en otro planeta.

El andar como un cowboy y ver los escalones como si tuvieras que escalar el Himalaya a partir el día después.

La sonrisa boba de las semanas siguientes.

Los ojos vidriosos al recordar la experiencia

El… ¿Cuándo es la próxima?

¿Y aún te preguntas si vale la pena vivir un maratón?

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