Cuento aún por titular… (II)

Al día siguiente de tan trascendental momento vital (un artista siempre saca lo mejor de sí mismo cuando aborda con valentía el asalto a sus propios infiernos o cuando se pone ciego de todo, que viene a ser lo mismo pero en prosaico) se levantó a trompicones y como pudo salió a la calle teniendo que soportar una agria sensación de derrota que pesaba tanto como las dos toneladas de plomo que taladraban su escuálido cerebro.

A pesar de destinar las pocas fuerzas que guardaba en reserva a domesticar una resaca de dimensiones bíblicas, no pudo controlar una inoportuna insurrección metabólica a modo de vomitera inmisericorde y, como un sifón con el gatillo encasquillado, comenzó a chorrear los restos de una mala noche allá donde un instintivo giro de cuello se dispuso a apuntar. Un muro, que ejercía de baldía barrera de un desdichado solar, tuvo el desafortunado cometido de hacer frente a la ira de un organismo que no entendía ni de crisis artísticas ni de dudas existenciales, salpicando los carteles publicitarios, de exposiciones y conciertos (de todos esos individuos que se le habían adelantado en el camino al estrellato) que lo engalanaban, y dejándolo todo tan pringadito e infectado que pudiera haber servido como atrezzo de cualquier filme de terror gore o una lección gamberra de diseño para grupos de rock radikal (con k de kemoooonos) vascos.

Después de semejante catarsis artística, que se prolongó durante varios minutos en una sucesión de impulsivos arrebatos de inspiración cirrótica, se desplomó hacia el suelo totalmente exhausto. Pero inmediatamente se tuvo que reponer al oír el “¡Alto!” de lo que parecía desde lejos una deformación de Mr. Potato y que al acercarse cobró la identidad de un policía local en sorprendente baja forma, que se había quedado desde hacía un buen rato totalmente petrificado contemplando la escena.

Tras llegar fatigosamente el agente a la altura de él y sin apenas aire para elaborar una frase que no se quedase a la mitad de su enunciado, en un acto reflejo, nuestro protagonista puso por delante las manos con el ademán de ser esposado. A pesar de su lastimosa apariencia aun conservaba la suficiente lucidez como para saber lo bien que luce en la biografía de cualquier artista un arresto por conducta incívica.

Pero para su decepción la rechoncha autoridad se interesó exclusivamente por su estado de salud, ofreciéndose a acompañarlo al hospital más cercano, algo que le indignó de sobremanera, incendiando su ánimo y motivando una mirada de incredulidad, ya que era obvio que se enfrentaba a una posición manifiestamente egoísta e hipócrita: si había alguien realmente necesitado de una máscara de oxigeno y de una intervención gastrointestinal era ese orondo y papiloso agente.

Con un gesto desganado, aunque soterradamente cargado de ira, lo envió a freír espárragos pero no dejó de sorprenderse cuando al doblar la esquina el policía se giró para espetarle: “No se enfade conmigo, hombre. Debe entender que nos preocupemos por personas que, como usted, arriesgan su vida en pos de hacer más bello este mundo. Por cierto, ¡precioso graffiti! Por defender el buen nombre de este noble arte luchamos cada día los agentes de seguridad y gracias a su obra ahora se que ha valido la pena todos estos años de violencia indiscriminada”.

Siguiente capítulo (III)

Anterior capítulo (I)