Ultra Trail Mont-Blanc (CCC): la pseudocrónica

Escrita la primera crónica ya están escritas todas. Eso es así desde tiempos inmemoriales con un género que me niego a tildar de literario tratándose de un cutreblog como es el mío y un deporte popular que estila una pompa épica de saldo como es el trail running.

Y es algo de lo que siempre he estado convencido: cambias protagonistas y actos pero te mueves en los mismos territorios comunes para hablar siempre de lo mismo. Cansino, que eres un cansino. Solo acepto que puede tener algo de interés si los personajes o el emplazamiento te tocan de cerca o si sirve para refrendar tu opinión; poca chicha más le vas a encontrar respecto a todo lo que te aporta una retransmisión en directo. Así que ya os agradezco por adelantado que paséis por aquí a tragaros semejante tocho. 

Y es que de crónicas de carreras hay tres tipos: la de los triunfos y los objetivos conseguidos, la de las derrotas y fracasos estrepitosos, y las que más flipan a mí, las de no tener ni pajolera idea de como he podido salvar la papeleta (la flor en el culo). Las primeras, las de las victorias, solo sirven para colmar el ego. Con las segundas, las de las derrotas, hay el peligro de caer en un autocompadecimiento que me repatea un montón (buscar la lagrima fácil y la palmadita en la espalda… alguna vez he caído y si lo hago en ésta ya os pido disculpas).

Pero cuando estás al borde de volver a meter la pata hasta el fondo y al final te salvas por los pelos (o sea, llegas de una pieza a casa aunque te tengan que sacar en grúa porque tienes la flexibilidad de una viga de hormigón) tienes un campo abierto que permite reírse de lo cafre que es uno. Y eso siempre tiene más jugo. Ya aviso que esta comienza como la segunda y, en un giro de guion totalmente inesperado de los sucesos que daría para una sexta temporada para ese pollo sin cabeza que es La Casa de Papel, saltamos a allí donde me siento en mi hábitat: en el no sé cómo coño lo he vuelto a hacer.

¿Y cómo llegó usted hasta aquí? Spoilers: vienen los lloros

Meterse en el fregado de la UTMB es lidiar con una carrera que ya te engulle meses (esta vez, pandemia por medio, diría que incluso años) antes de pisar el arco de salida de Chamonix o, en mi caso, el de Courmayeur. Es la gran cita del trail running a nivel global (ellos, sin abuela, la definen como la «Sommet mundial du trail»; no seré yo quien les lleve la contraria) aunque eso no tiene por qué significar que sea la mejor carrera del mundo. Eso va por gustos y por filosofías de vida, y más cuando se trata de Mont-Blanc donde las opiniones están totalmente polarizadas y donde para saber a ciencia cierta qué dice cada uno debes de dar dos pasos atrás y ver en perspectiva desde qué atalaya sueltan sus soflamas (quién lo dice, cuál es su trayectoria previa a la hora de opinar y, por supuesto, quién le paga las bambas). 

Por cierto, creo que no lo había comentado pero yo la que corro es la CCC y no la UTMB (la prueba reina), que es algo que tienes que ir precisando cuando tienes delante algún trailero con cara de Lesmes que pueda sentirse herido en su orgullo. Me recuerda a algunos campeones de barrio y defensores de los principios de Filípedes que montan en cólera cuando oyen a las abuelas anunciar que el domingo van a correr la Maratón de El Corte Inglés (cuando es lo más bonito del mundo). Tranquilos, no seré yo el que os saque de vuestras casillas. Voy a correr la CCC que, a pesar de su centenar de kilómetros y sus 6.000 positivos, voy a venderla de aquí en adelante como el hermano tonto de la UTMB (y ya no hablemos de la TDS, que está está dos escalones por encima a nivel técnico y de dureza). 

La CCC es una carrera que, para que os hagáis una idea, en el papel y después ya pateada y sufrida en mis piernas, es más rápida y algo menos técnica que Ultra Pirineu (esta última, algo más dura aunque bastante corrible), pero también es cierto que en la del Cadí-Moixeró no te vas a encontrar un encadenado Tête aux Vents – Flagere tan jodido en la parte final como el de aquí (quizá Els Empedrats, pero la tengo tan sobada que no me parece tan obscena). A las dos pruebas… Bueno, a las tres de grandes en las que he participado, ya que meto en el saco también la larga de la Ultra Lavaredo. A esas tres las incluyo en la categoría de ultras mediáticas y aptas para dar el salto de los 100 km (que no significa que cualquiera puede hacerla, sino que hay otras que son mucho más técnicas y jodidas).

¿2021 o 2022? Ese era mi gran dilema tras la totalmente previsible cancelación de la UTMB de 2020; por mucho que intentaran alargar la agonía hasta el último momento era inviable tirar adelante una prueba de esas dimensiones con una pandemia aún latente. Con el escozor de la sableada (nos quedamos el 45% de la inscripción por el curro hasta el día de hoy y te guardamos dorsal que tendrás de nuevo que apoquinar) y que 2021 pintaba a edición casi de mírame y no me toques porque esto del COVID no se iba a ir de un día para el otro, yo estaba por trasladar el envite a 2022.

Y es que, mira, bastantes sinsabores llevo ya en este funesto 2020 como para encima ir a una carrera que me va a recordar constantemente que estamos con la puta COVID encima. Pero al final, hay un par de personas, una de ellas es Vane que pone siempre luz en mis frustraciones, que me dicen «Mira, nunca sabes dónde estarás de aquí a dos años, así que es mejor aceptar las oportunidades en el momento que se presentan». Era eso y también sacarme de encima una prueba que ya llevaba dándome dolores de cabeza desde que le puse el punto de mira y que aún me apretaría más hasta ponerme el dorsal. Te succiona y te remata. 

Y llega 2021 y lo que debería ser la rampa de despegue para dejar atrás un escenario dantesco (por suerte, soy de los que no se pueden quejar a nivel sanitario, toda la gente cercana que me rodea pudo esquivar la parte más cruenta de la pandemia) finalmente se convierte en un año funesto a nivel personal y profesional. Demasiado tiempo encerrado (ya sea por las propias restricciones impuestas y autoimpuestas o por teletrabajar en casa desde el primer día) me ha dejado con las defensas bajo mínimos. La pandemia ahora sí que me ha golpeado de pleno, sobre todo a nivel anímico. Más agrio de carácter, más taciturno en las relaciones sociales, más esquivo en cuanto a los compromisos.

Un año en el que encima tengo que lidiar laboralmente con un proceso guarrísimo en el que digo adiós a la tele y a la radio donde he currado estos últimos años y que me abren un montón de incógnitas para el futuro. Dormir con la conciencia tranquila para acabar de morirte de asco y hambre. El dilema de siempre. Decido entonces tomarme unos meses para mí mismo antes de volver a la vorágine de un mercado laboral del que sueño poder escaparme para siempre. A mí el trabajo ni me llena ni me dignifica, a mí me quita la vida.

Por suerte, me queda correr, y no para resolver problemas, sino por la necesidad, diría que ya casi obsesión, de convivir con mis propias neuras. Desde crío necesito correr porque me enfada, me aburre, me hastía, me saca de quicio y, de vez en cuando, me divierte, me hace disfrutar, me insufla ánimos y, cuando se obra el milagro, y este es el momento que mola, consigue que esté en armonía conmigo mismo. Y de eso se trata. Como me dijo una persona a la que aprecio un montón: correr no me hace mejor persona, pero dejar de correr sí que puede conseguir que me convierta en una un poco peor. Es una tiranía de la cuál no quiero salir nunca jamás. 

Pero, por desgracia, lo de correr estos meses también ha sido un auténtico suplicio… Quien me conoce ya sabe cómo soy, un puto desastre que cree que puede mantener un estado de forma 365 días al año. Querer abarcarlo todo y no llegar nunca a casi nada.

Se supone que este año debería empalmar la de 100 de Camí de Cavalls, la de 80 de Lavaredo y la CCC de Mont-Blanc. Al final, como es habitual en mí, el camino se tuerce, salgo muy tocado y con un sabor agridulce de la primera (gran resultado echado al traste cuando solo quedaba ponerle la guinda) por unos kilómetros finales desastrosos, cojo y deshidratado por ser un puñetero caos. Ahí decido descartar la segunda, lo de volver a Lavaredo, para centrarme en intentar recuperarme como sea para Mont-Blanc.

Y cuando parece que comienzo mínimamente a remontar me toca pasar por la segunda de Pfizer que me remata durante dos semanas. La mayor resaca de mi vida, después de la de volver a correr tras el primer confinamiento, de hacer de canguro de mis dos sobrinos (que se me cae la baba con ellos) y, claro, de reincidir  en el Primavera Sound cuando ya no tienes edad para eso.

Asumo que llegaré hecho unos zorros a Chamonix y solo me queda parar de golpe y encomendarme a que Víctor, amigo y estupendo fisio, me de una buena paliza para ver si puede mitigar este dolor insufrible en las piernas de alguien que no ha sabido nunca ponerse freno. Entro en esas últimas semanas en una espiral de sudapollismo vital que me hacen encerrarme aún más en mí mismo.

Y es que bastante cacao tengo con todos los dolores de cabeza que me da organizar el viaje a Chamonix y, especialmente, agenciarme todo el material obligatorio para la carrera maldiciendo todo lo que estoy gastando justo ahora que debería estar haciendo cábalas para que el empobrecimiento no llegue a mi cuenta corriente antes de tiempo. Porque cuando te vas a la puta calle, lo primero en lo que te debes centrar no es en volver a trabajar sino en dejar de gastar. Y ya es demasiado tarde para echarse atrás aunque no será por ganas de mandar la UTMB a tomar por el culo. Esta puta carrera me está consumiendo en todos sus frentes y aún tengo la suerte de que puedo rebajar la factura gracias a los consejos y prestamos de material de los colegas.

Entre lo prestado están los bastones que Edu me deja y me explica sus bondades y entresijos. Será la primera vez que los use en mi vida y voy con todas las dudas del mundo (siempre he renegado de ellos). Oh, vaya drama, David… En un párrafo vas de Working Class Hero y en el siguiente das más cringe (y decir cringe a mi edad ya debe dar bastante vergüenza ajena) que el puto Lobo de Wall Street. No tengo remedio.

Una Ultra antes de la misma Ultra en el valle del Mont-Blanc

Avión hasta Ginebra y conectamos con un bus que nos deja en la estación central de Chamonix. Y desde allí una buena caminata para dejar las mochilas en alojamiento donde dormiremos estos cuatro días. Un hotel con filosofía de hostal a las afueras de la ciudad. Y con eso Vane y yo vamos sobrados, que somos low cost pero con caché, o sea un low cost premium (barato y con lo básico, pero quiero MÍ lavabo) a la hora de alojarnos. El sitio es encantador y el paseo hasta el centro del pueblo donde hemos quedado con Pinelli, Toni, Dion, Jaume y familias respectivas para comer y contarnos batallitas así lo atestigua. Esa caminata la hacemos con la mandíbula barriendo el suelo admirando el glaciar que reina el Mont-Blanc y la gran cantidad de parapentes que sobrevuelan las montañas y ya notando el ambientazo que se estila estos días aquí: trail running fashion week.

Esa comida con ellos, en una céntrica, deliciosa y no tan cara como esperaba pizzería, es de los momentos más agradables de todos esos días en el valle de Mont-Blanc y mientras nos contamos batallitas constantemente estoy lamentando por dentro el no aprovechar esas salidas por la montaña con muchos colegas, ya sean con los Xacras, los Dalton, los Xipirun…, que sirven más para echar unas risas, evaporar los miedos y rematar con un buen bocata y birra que para pillar el estado de forma óptimo para la próxima julandrada a la que te has inscrito. Nuestras apuestas para la UTMB son claras: D’Haene y Dauwalter se van a salir (acertamos) y nosotros sobrevivimos en nuestras carreras (casi hacemos un pleno).

Por la tarde tiramos a recoger el dorsal y ahí vemos todo el impresionante montaje que hay dispuesto para esta UTMB: el trámite de dorsal y camiseta está muy bien organizado y es rápido (aplauso a lo de que al salir del rocódromo los voluntarios se ofrezcan a darte una charla sobre cómo está señalizada la carrera). Al salir acudimos a la carpa de información y dudas para que nos expliquen mejor cómo funciona lo de los buses para que Vane me haga el seguimiento (ahí muy buena voluntad, pero algo más descontrolado).

Para rematarlo, damos una vuelta por la feria de marcas deportivas donde Vane me regaló el capricho de una gorra, hacemos acopio de más flyers que en la puerta de Sónar (el mundo está lleno de carreras que hay que hacer al menos una vez en la vida, no todo acaba en Mont-Blanc), me cuento batallitas con el que se encarga de las sales de un stand donde compartimos la ilusión de que Aritz ganase la CCC y que Pablo Villa lo pete en la UTMB (los gafamos), y me empecino en dar la brasa casi como una groupie contando las bondades de la Camí de Cavalls a unas pobres que se habían parado en el stand a preguntar sobre la carrera. Y luego ya para el hotel con la sensación de que me ha pasado un camión por encima. Y es que ya no recordaba que todo este trasiego había comenzado con el despertador sonando a las 3 de la mañana.

Y así llegamos al jueves. Aún nos quedará un día libre antes de mi carrera y el plan era ir a hacer el seguimiento de los colegas que corrían la OCC y tras un montón de idas y venidas saltando de parada en parada, de frustrados intentos por intentar comprender cómo funciona el sistema de autobuses (que no es tan complicado, pero cuando estás cenizo no hay manera que te entre en la cabeza) y de lidiar con mi endémico y vergonzante tara con los idiomas (en el momento que me bloqueo ya soy incapaz de soltar una frase coherente), conseguimos subir a un bus cuyo conductor al ver el complejo de Paco Martínez Soria que demuestro nos hace el favor de dejarnos a medio camino, en Argentier, y desde allí tomar el precioso cremallera hasta Vallorcine donde, además de animar y disfrutar del ambiente, comemos la mejor lasaña del mundo

Todo ese trasiego y la sensación de estrés me lleva persiguiendo toda la jornada. Solo pienso que debo descansar y no lo estoy haciendo, que aún tengo que preparar todo para el día siguiente, la necesidad de comer bien y de, sobre todo, hidratarme (la pesadilla de Camí de Cavalls en el recuerdo), de no olvidarme nada, de que aún persisten las dudas sobre el transporte, de que ahora tengo un sms de la organización en el que nos comunican que activan el kit frío (más material obligatorio, más acojone), de que si me pasaran los guantes impermeables cuando me los revisen…

Y de que, además, no sé ni a que ritmo voy a poder correr porque mi estado de forma es una incógnita: descartado lo de intentar bajar de las 16 horas (cuando iba de flipadillo por la vida) e incluso de las 18, solo me quedaba por saber si los astros me concedían la tregua, que de rodillas llevo implorando desde hace un par de semanas haciendo bondad, y eso me da para bajar de las 20. En caso contrario, me conformo con que el sufrimiento lo pudiese controlar y llegar a meta sin mirar ningún tipo de crono. Vane irá haciendo sus propios cálculos de paso gracias a una estupenda tabla de ritmos que me facilita Pablo Villalobos (gracias mil)

Con todo ese magma negativista pringándome entero llego a casa aún más destrozado que el día anterior, crispado por los nervios y con una negatividad muy típica de mi personalidad de Calimero. Con un dolor de cabeza acuciante ante tanta saturación de inputs a lo largo del día, se me hace cuesta arriba gestionar toda la parafernalia que rodea esta prueba y tengo la sensación que la UTMB es un evento que te tritura antes de ni tan siquiera ponerte el dorsal para comenzar a correr. Todo eso lo cuenta de forma espléndida Koldo, un colega que estuvo batallando con la UTMB y que se merecía un mejor final del que tuvo. 

Y aun me falta acabar de preparar la mochila, con lo que la sucesión de microinfartos se extenderá hasta la hora de la cena. Que si no encuentro la membrana. Que si los bidones no cierran bien (al final tuve que descartar uno de ellos y reemplazarlo con otro de distinto tamaño). Que si la tercera capa del kit frío que hoy nos emplazan a llevar no es otra térmica, como yo creía, sino una chaqueta comprimible (lo pude salvar con la de Vane, que me quedaba que ni pintado, y aun así no las tenía todas conmigo de que me la dejasen pasar). Que… ay (insertad el perro meme)… la nueva mochila me molesta en la espalda, me rasca el cuello y pesa demasiado (no entenderé como consigue el resto de llevarlo todo tan poco abultado y que yo parezca que cargo con la bombona de butano). Que si encima tengo que lidiar con unas rozaduras en la entrepierna que ya pinta que me van a tocar las pelotas… Vamos, que se va tirando el tiempo encima y…

…Y que me voy a la cama y, me cago en la hostia, está sonando un house infeccioso que en mis buenos tiempos sería para bajar y apuntarme a la fiesta y ahora estoy en plan señor mayor maldiciendo y lamentando que «Ay, que no podré pegar ojo»). No hay otra explicación que la de ser un manojo de nervios que me tienen totalmente destrozado desde el momento en que aterricé en Chamonix y que me ha sido imposible revertir.

Vane alucina un poco conmigo cuando me dirijo a la ventana para ver de dónde procede la música porque, ciertamente, ese tecno machacón y facilón solo reside en mi cabeza y es justo cuando abro los ventanales que se confirma que allí afuera reina el silencio.

Viendo que ya estoy en un estado que roza lo tragicómico, Vane me propone entonces algo que, por orgullo propio, negaré tajantemente  haya sucedido en realidad, así que os lo venderé como las pelis de sobremesa: basado muy vagamente en hechos reales (aunque, ene este caso, fue totalmente real). Me introduce en el fantástico mundo de los salmos dirigidos, pero lejos de calmarme el sermón musicado que sale desde su móvil aún me crispa más los nervios porque cada vez que comienzo a relajarme te salta la gurú con otra otra soflama sobre si ya te has dormido y que busques en el fondo del alma (¿Estás triste? No estés triste) y así no hay manera. Tengo miedo que al final me pase una factura de productos de Herbalife o me introduzca en la psique la misión de asesinar a la Sharon Tate patria, Esther Expósito.

Primer intento fallido, probamos ahora con salmos exclusivamente ambientales. No recuerdo mucho más allá, solo que cuando abro los ojos ya son las 4 y media de la mañana. Me hago una revisión espiritual y resoplo tranquilo, el único chemtrail que apruebo es el de Pimp Flaco, aún no me he suscrito al Catorze y no tengo ninguna intención de dejar la Vila Olímpica para trasladarme a vivir a Gràcia. Sigo siendo el mismo personaje cínico con el que tan bien me avengo. 

Día de actos. Vamos a por la CCC 

Naaaa, ni me hagáis caso, estoy de los putos nervios, pero bastante más controlado que ayer. Nos vestimos, desayunamos, recogemos del todo y salimos demasiado pronto por mi entera culpa (aún no tenía todas conmigo de que el bus pasase por la parada en la que debíamos subirnos). Y, claro, somos los primeros y no es que haga un frío acongojante pero sucede algo inaudito en mí (inaudito porque nací con el termostato roto y me podrás ver en invierno con la misma camisa con la que paseo en pleno agosto). Y es que empieza a calarme la baja temperatura, tanto que me veo añadiendo prendas y más prendas para ver si consigo remitir lo que puede llegar a ser el principio del fin antes ni tan siquiera de comenzar a correr. Acabo con gorro, mallas, térmica, chaqueta y guantes y dando paseos en circulo para ver si consigo entrar en calor. No anima en absoluto ver que el resto de corredores que se van acercando a la parada no necesita ni la mitad de trapos de los que visto yo, pero me calma comprobar que otros llevan la misma chaqueta que la que Vane me ha prestado, así que ya puedo dar por hecho que pasará el corte del material obligatorio.

No os voy a engañar, las sensaciones son horribles y a eso le sumo que encima tengo unas ganas tremendas de mear (y que por respeto al pueblo que me acoge evito buscar rincón alguno donde evacuar) y que vuelvo a ese acto de autodefensa que es asumir la derrota antes de tiempo a base de autohumillación continua: que qué coño hago aquí metido si no tengo el nivel y todas esos enunciados que más que proteger te van martilleando dentro de tu cabeza con la misma contundencia que las que te suelta ese encargado de fábrica chusquero con ínfulas de jefe. Tengo la sensación de que éste ya es el síntoma inequívoco y definitivo de que se me escapa la carrera. Solo espero que venga el bus cuanto antes para ver si dentro puedo templarme un poco. Por suerte, llega a tiempo para que no me tenga que poner encima el nórdico de la cama del hotel. 

El traslado de Courmayeur se efectúa cruzando el mítico túnel de 10 km que une Francia e Italia pasando por debajo del Mont-Blanc y cuando sales de él ya puedes divisar desde lo alto donde está montada toda la logística de la salida de la CCC, un pabellón a las afueras del centro urbano de la localidad italiana que ya te avisa que eso de la épica y los recuerdos imborrables queda adscrito para los que se liarán luego con la UTMB partiendo desde Chamonix. Aquí solo corredores y algunos acompañantes y curiosos. Poco más. Bueno, perdón, un conductor que nos pone el ‘We are The Champions’ para animarnos mientras llegamos a la zona de salida y que le agradezco a la salida. «Couraaaage!»

Bajo del bus y voy escopetado al lavabo porque no me puedo aguantar más las ganas de mear. La cola para los poliklyn es inmensa, así que tiro para los urinarios y descarto ir a completar la función. Hago los últimos ajustes de material con Vane y los dos nos dirigimos a nuestro lugar en la salida que, la verdad, está un poco señalizada de esa manera. Tienes que ir preguntando para guiarte mejor. 

La salida es por cajones y muy parecida a la de cualquier carrera de asfalto, pero cuando me refiero a las de asfalto estoy diciendo de las de asfalto de antes de la pandemia: bastante juntos y no todos con mascarilla. Esto es algo que da para hablar largo y tendido sobre las exigencias previas que te pide la UTMB y el esfuerzo que después hace la propia organización para que se cumpla (también, claro, sobre hasta qué punto ciertas normas pueden ser útiles o no).

Por poner un ejemplo, en ningún momento me hicieron revisión del material obligatorio (luego me contaron que habría uno de voluntario en la salida) y, ojo, no es algo que vea mal si asumimos que deberíamos ser nosotros los más concienciados en llevar encima lo necesario para nuestra propia integridad (y más con lo sucedido un par de días antes). Sí que los voluntarios te pedían subirte la mascarilla al entrar en los espacios comunes como la feria del corredor y los avituallamientos y ellos la llevaban siempre puesta, pero a medida que avanzaba la carrera esa norma se notaba más laxa entre los corredores. 

A mí me toca partir del segundo cajón ya que aún no me habían sumado los puntos de Camí de Cavalls que me darían opción a saltar al cajón delantero. Es algo que ya tenía asumido y lo planteaba desde esta perspectiva: si sales con los de delante desde atrás puede que te comas tapón y te pillen los del segundo cajón; en cambio, si consigues salir bastante adelantado del segundo puede que tengas una subida más o menos limpia y pillar a gente de los de delante al coronar. Sorprendentemente, puedo posicionarme bastante adelante del segundo cajón sin dificultad, tendré a lo sumo unas 80 o 90 personas por delante. Y encima Vane se ha echo un hueco en un lateral y puedo estar hablando con ella y calmándome un poco los nervios, que es cierto que ya aterrizado aquí han desaparecido casi completamente.

Veo que el resto de corredores se han ido quitando prendas y se quedan con el kit básico de camiseta y pantalón corto. Yo dudo de si sacarme o no la chaqueta por si en la cima comienza a hacer frío y porque he pasado unas primeras horas matinales terribles con la temperatura, pero al final admito que con el calentón de los primeros km me va a sobrar totalmente y que ya más adelante decidiré si parar para volver a colocármela. Haré bien porque de frío solo pillamos, y en momentos muy contados, cuando cayó la noche. 

La parafernalia de la salida consiste en los clásicos discursos oficiales, los himnos de los tres países por donde transcurre la prueba (Italia, Suiza y Francia), un escueto recuerdo al chico fallecido en la TDS que me deja un poco tocado y un par de intentos fallidos de animar el cotarro por parte de los speakers (ni recuerdo que sonase la de Vangelis, imagínate). La verdad, es que la gente está para pocas fiestas, se nota más ganas de ir a por faena que de jarana. Está claro que si no estás metido en la prueba estrella, la UTMB, no es para nada lo mismo. A nosotros nos toca rebañar el culo de los yogures, fumar las colillas y tirar de bonobus porque el coche de papá está pillado para salir el finde.

Todo ese momento de emoción contenida y que luego explota con el disparo de salida se lo lleva de calle la hermana mayor con un Chamonix con las calles atestadas de gente y una icónico marco desde el mismo centro de la ciudad. Oye,  ningún problema, yo he venido a correr y a disfrutar de los 101 km que tengo por delante aunque lo haga con la cabeza en Raticulín y los ánimos en Puerto Hurraco.

LA CARRERA

La primera en la frente: Tronche

Salen los élite y 15 minutos después el middle packet al que pertenezco yo. Los primeros metros son callejeando por Courmayeur, un pueblo con cierto encanto pero, así de primeras, con la misma sensación de cuando fui a Cortina d’Ampezzo (para mí, mucho más bonita) a correr la Ultra Lavaredo, un cuadro vecinal donde se mezclan autóctonos que salen de casa ya con el pijama Salomon en contraste con el rico urbanita hijo/nieto de, no nos olvidemos también del ya clásico rico hartopan, de segunda residencia (la tercera en la Toscana), de mostrar cochazo que se te precipita en todas las curvas paelleras de las carreteras de montaña y de fomentar ese Prêt-à-porter tan de Passeig de Gràcia que honra el horterismo de oropel para marcar esa línea divisoria entre gente de bien y muertos de hambre. Vamos, muy la Cerdanya (la tercera en Llafranc).

Salimos todos en tromba y a ritmo bastante fuerte, lo más destacable es que los vecinos van saliendo a animar por unas calles que ya desde el inicio se empinan de manera considerable y sabes que solo te quedan dos opciones: la de no forzar y comerte los tapones del primer sendero (que aparecerá sobre el km 4) o la de pegarte un calentón para evitarlo y hacer una subida a ritmo pero sin frenazos en el momento que se estreche. 

En estos primeros compases ejerzo mi particular táctica de subordinación nipona, voy respondiendo con el «Grazie, Grazie mile» porque estamos en Italia y la idea es irme adaptando al idioma de cada país que atraviese y la gente con la que me vaya comunicando (ya os lo avanzo: fracaso absoluto, ni yo me entendía lo que quería decir) y devolviendo los aplausos  a todos los que se han molestado a salir a animarnos. Tengo una máxima algo chorra, pero que a mí me gusta, en esto de correr y es la de que si no puedo devolver los agradecimientos entonces no me sirve de nada ponerme un dorsal y además es significativo de que estoy más cascado de lo que creo. Es un buen comprobante de mi estado físico en aquel preciso momento, mientras pueda devolver el saludo es que la cosa no va tan mal.

Voy subiendo a ritmo y con la idea de retrasar al máximo el ponerme a andar  para así ir avanzando a más gente y tener vía libre para no pillar tapones. Eso sí, tengo la sensación de haber salido demasiado fuerte hasta que el reloj me dice que no, que mi tara ya viene de casa y eso no va a tener remedio hoy aquí. Que si vas mal es por tu culpa, por no haber hecho los deberes y no los de correr (que también), sino, y muy especialmente, los de descansar física y mentalmente.

Las sensaciones son horrorosas. Me aferro a que tenía previsto unos primeros km infernales hasta pillar mi punto de cocción porque soy bastante diesel en el término lerdo de la palabra: al final no mejoro pero tampoco empeoro en exceso. Soy el chico al que tú, cabrito, le metes el hachazo en la recta de meta porque tu vas en Ferrari que chupa gasofa a punta pala y yo en una Vanette que va anclada en tercera…. pero que si la carrera se alargara 30 kilómetros me tendrías asomando como un zombie que va al mismo ritmo de los de las pelis de George A. Romero: cansino, lento y constante (casi tractorista, como diría Contador de km). Pero, bueno, esa es la victoria de los que nos jugamos el bajar una segunda división: alguien caerá por delante porque vencer por mí mismo como que no.

Tras esos primeros kilómetros de asfalto y luego pista, siempre picando para arriba, comenzamos a tocar hueso adentrándonos en el sendero eterno que nos llevará la cima de Tête da le Tronche. Varios grupos de chicos agolpados en los laterales van tomando nota de las zapatillas con las que salimos los corredores. Vencen de calle Hoka y Salomon, diría que seguidas de lejos por NB, Altra y Asics. Perdemos, como siempre, los que apostamos por Raidlight e Inov8 (ahora mismo mis favoritas).  

Voy subiendo sin problemas de embudo en ningún momento, pero la idea es mantenerme detrás de un chico que creo que lleva un buen ritmo para mis intereses: no frena ni tampoco me lleva con la soga al cuello. Además, si levantas la cabeza eres consciente de la inutilidad de comenzar a obsesionarte con ir adelantando a través de la serpiente humana que ya se otea que llega hasta la cima, así que mientras se pueda ir al tran-tran, y se puede, quedarse en esta posición es la mejor de las inversiones. Solo vamos adelantando algunos chicos y chicas de la primera ola que se lo han tomado con más calma y te van dejando pasar.

A ese chico que tengo delante, con sus americanísimas Altra, su americanísima barba pelirroja de leñador y su americanísima actitud de respeto por el entorno (los caminos son sagrados, los campo a través un atentando al medio ambiente) que le empuja a recriminar a otro corredor que haga un recorte por un sendero que no es el que está indicado por la señalización, a ese tío es al que hay que seguir.

Ojo a la paja mental que tengo yo con este tema, desde que pisé Boston y me quedé encantado con el sentido de comunidad y de agradecimiento de su población (salir a entrenar y que los vecinos te deseasen buena suerte; que el día de la carrera -la más bestia de mi vida- fuera una locura de ambiente y entrega como jamás he vivido en ninguna otra maratón; el llevar la medalla colgada tras la carrera y que la gente te parase a felicitar… buff, de lágrima, de verdad). Con el trail americano me estás tocando mi punto débil y estoy seguro que lo estoy mitificando en exceso… Pero, oye, ahí está Kupricka, the man i want to be, y la Western States, the race i want to live. Cuando al final, el chico me dice que pase delante de él porque considera que está haciendo tapón, y no lo estaba haciendo, me fijo en su dorsal y compruebo que es oriundo de la americanísima región de Bélgica. 

Estos kilómetros se pasan oliendo culo, es una subida con mucho desnivel pero no dura a nivel técnico. Además hay un tramo de descanso rápido que te permite correr y ahí ya compruebo el primer problema logístico con la mochila, el bidón de repuesto es demasiado delgado para llevarlo en el bolsillo delantero y se sale, así que toca hacer un apaño y darle el cambiazo con el de reserva que llevo en la espalda. Se van acumulando esos pequeños problemas que cuando van sumando se acaban convirtiendo en un pequeño infierno personal. Y eso va en paralelo al enfurruñamiento de futuro abuelo cascarrabias (lo veo venir… bueno, me parece que ya está llegando para quedarse) porque no me siento nada bien y además estoy constantemente recogiendo los envoltorios de las barritas de la gente que va por delante y que voy acumulando en uno de los bolsillos para tirarlos en el avituallamiento de Bertone.

No, no voy a ser yo al que acuse a toda los corredores de guarros conscientes porque considero que hay que separar a los que los tiran sin ningún complejo (me repatea mucho recoger la tira de los geles que viene a ser como las colillas de los cigarros) que quiero creer que son los menos, con los que con las prisas guardan mal y los van perdiendo por el camino (en la mayoría de casos). Pero sí nos toca a todos, me incluyo, el hacer un esfuerzo mayor para evitar esta situaciones. Menos pensar en el crono y más en el entorno y el impacto de nuestras aventuras por la montaña. Otro debate que da para una noche larga de barra de bar. Solo decir que en la bajada a Bertone recogí incluso un bocadillo totalmente envuelto y listo para hincarle el diente. No os niego que hasta estaba con ganas de meterle un par de bocados, signo inequívoco de que iba con un pelín de hambre y eso no era buena señal.

La parte final de la subida a Tronche es la más vertical y me recuerda un poco a la subida al Niu de l’Àliga de la Ultra Pirineu en el sentido de que te llega pronto y es de esas que aún no te tocaría sufrir, en caso de que sea así date por jodido a no ser que les des la vuelta a la situación de inmediato. Aquí la obsesión de algunos por avanzar a los de delante resulta en algunos momentos de lo más cómico, porque en las zonas más rotas, donde los senderos se diversifican en varios carriles, acaban tomando el camino más complejo para darse un palizón… y acabar de nuevo detrás del mismo culo que les estaba entorpeciendo. Al momento extraigo la analogía con el gag de los Simpsons, donde Homer intenta arrojar el vehículo de Moe por un barranco y salta de él antes de que se precipite para ponerse a rodar y acabar de nuevo dentro de él.

Y mira que podría buscar paralelismos de más alta cultura (término que odio) tirando de la madalena de Proust o mentando a Zweig y vender mi carrera en Mont-Blanc como un momento estelar de la humanidad, pero mi cerebro es una oveja que lleva ya demasiado tiempo pastando en los reinos de Internet y la cultura televisiva. Soy una persona que de todo sabe y de nada entiende, un recipiente maravilloso de información inútil. Me encanta correr, pero tengo claro que correr demasiado tiempo me ha acabado alelando. Leo menos, escribo peor y me cuesta muchísimo reflexionar con algo de profundidad y sin caer en terrenos ya trillados. 

Tras coronar Tronche nos toca cerrar esa U del trazado que va de la salida a Courmayeur al refugio Bertone, y es un camino totalmente corrible y fácil de senderos sin mucha complicación y con un par de repuntes que no deberían darte ningún dolor de cabeza (bajas el ritmo o usas los palos si aún no los has guardado). Paro para hacer mi primer río de la docena que perpetraré durante toda la jornada (tan aleccionado iba del desastre en Menorca que aquí preferí perder un buen montón de tiempo y no dejar escapar ni una fuente donde recargar los bidones y alejar lo máximo posible algún conato de deshidratación). Aquí sigo adelantando a gente y más cuando toca afrontar el descenso más picado y técnico al refugio donde la mayoría se lo toma con calma y/o precaución y a mí se me da bastante bien dejarme llevar.

El Valle de la hostia de guapo

Es llegar a Bertone y sacar un poco el payaso que reside dentro de mí. Veo una cámara y paro un momento a saludar y certificar, por si alguien me está haciendo el seguimiento, que voy bien (aunque sea medio verdad -sigo de una pieza- y medio mentira -no están saliendo las cosas como me gustaría, sí como esperaba-).

En ese primer avituallamiento descargo toda la mierda recogida con un lamento en mi inglés macarrónico a una de las voluntarias que supongo que ya bastante turra tiene con aguantarnos para que yo venga con estas chifladuras. Será la tónica de la carrera, voluntarios ejerciendo su cometido con auténtica profesionalidad sin dejarse llevar en exceso por el ambiente festivo o derrotista de cada momento.  

Tardo un poco más de la cuenta en recargar y me encamino al tramo que para muchos es el más bonito de la carrera, el que va del refuigo Bertone (que me recuerda un montón al de Rebost de la Ultra Pirineu) a Arnouvaz pasando por el mítico refugio Bonatti (ya verás cuando se entere Salomon, demanda que les cae). Es una vía totalmente senderista que acoge a un buen montón de excursionistas y es tan sinuosa como corrible siempre y cuando las piernas respondan y las sensaciones sean las óptimas. Las mías, por desgracia, son pésimas, así que es uno de los dos sectores de la carrera que más se me hacen bola, incapaz de conseguir pillarle el punto, sufriendo cada vez que pica para arriba y no sabiendo meter una marcha más cuando se torna más favorable. Y no es por culpa de las piernas, las noto tirantes pero no doloridas (gracias eternas a Victor y, por una vez, a sentar la cabeza en las dos semanas de tapering que me metí), si no porque estoy martilleándome con el «de esta manera no vas a llegar a ningún sitio y, menos, acabar la carrera».

Sumar otro abandono ya ni es llorar como una madalena (chúpate esa, Marcelo) como en Lavaredo (todo mal desde cuatro meses antes y esa lección que aprendes justo el día de actos) sino algo peor, dejar la rabia a un lado y sumarme a la vida gris de pagar facturas a final de mes. El aceptar que debo integrar en el sector de la mediana edad, que se dedica a vivir amargado criticando todo aquello que hacen el resto de gente liberada y que a él le gustaría hacer, pero que ya no puede porque se ha pillado los dedos tan exageradamente que su vida se limita a mañanas de chiquiparcs, Tinder con con una cuanta falsa y menús de pollo a l’ast, cerveza de lata y Comtessa.

El puñetero y eterno complejo de Calimero que me ha acompañado de por vida, y que va de la mano de esa cobardía de dar el paso al frente para poder salvar el pellejo. Todo mal, chico. ¿Qué vamos a hacer contigo si, estando en el lugar que siempre has deseado estar, eres incapaz de disfrutar de este regalo que de vez en cuando te ofrece la vida?

De alguna manera he de cambiar esta espiral que no me lleva a ninguna parte. Y entonces recuerdo lo bien que me iba escribirme cosas en la mano para situarme en el mundo y que esta vez no he hecho. Llego a un punto de no retorno y es ahí, y quizá porque me rebelo a volver a pasar por el calvario de otras veces, que me planteo qué debo hacer para resolver esto. Y lo primero que se me ocurre es que tengo que bajar como sea las pulsaciones, porque no voy ni para atrás y encima estoy taquicárdico.

«Vale, David, deja de ser tan jodidamente cenizo y por una vez se consciente de que hay un buen montón de gente se va a alegrar, no ya de que llegues a meta sino de que estés por una vez disfrutando de lo que haces». Se me salta una lágrima pensando que, hostia, no tengo que hacerlo todo tan complicado, que las cosas son más sencillas y los obstáculos siempre están ahí y que me seguiré dando de bruces con ellos, pero al menos celebremos las derrotas como lo que son, aventuras en las que has disfrutado del camino sea cual sea el resultado.

No costaba tanto llegar a esa conclusión, pero tenéis que comprender que soy un chaval que ni siquiera pisó el parvulario, que repitió tercero de EGB, que entró tarde y mal a hacer periodismo y al que siempre le ha perseguido el tan actualmente de moda síndrome del impostor. Doy para lo que doy.

El cambio no es repentino, pero sí progresivo. Comienzo a repetirme constantemente que no he de buscar seguir al de delante sino encontrar mi propio camino, recuperar esas sensaciones en las que no solo estás corriendo a gusto sino que estás corriendo a gusto en el momento y lugar donde deseaba hacerlo.

Y poco a poco voy encontrándome mejor. Sigo haciendo mis paradas para tomar fotos, comienzo a charlar con algunos corredores con ritmos semejantes, me río un poco por haber estado tan obsesionado con el material obligatorio pero no con aprenderme donde están situados todos los avituallamientos ya que Bonatti era realmente punto de paso y no de abastecimiento y que si quiero ponerme falete tendré que esperar a llegar a Arnouvaz. Ningún problema, porque está a tiro de piedra, voy bien servido y lo que queda es sencillo aunque realmente solo baja de verdad en el último km en un zig zag sin mucha complicaciones que hago con la sensación que ha salvado una bola de partido. 

Grand Col Ferret: ya por esto ha valido la pena

Llegar a Arnouvaz, ponerme la mascarilla, dar un par de besos y comentarle la jugada a Vane. Eso me da un poco más de vida junto al notar que he conseguido calmarme y domar las pulsaciones.

«Vamos, David, te tenemos fichado!». Me quedo flipando porque no pongo nombre a la pareja que me lo ha soltado y que luego me contará Vane que son los amigos de la pobre chica a la que le di la brasa (pobre, pero más fuerte que el vinagre, una Bandoleros a su espaldas, a mí eso me va muy grande) con lo de que se apuntase a Camí de Cavalls. La verdad es que me da un chute de alegría sus palabras y se lo hago saber, no sé si son conscientes de como se agradece este tipo de comentarios. Se nota que voy mejor. Comienza, ahora sí, una nueva carrera, comienza de verdad la UTMB. Perdón, rectifico, comienza de verdad la CCC.

Bueno, eso de que comienza de verdad… Comenzará en casi media hora, que es lo que tardo en salir de la carpa del avituallamiento y que reparto en 15 minutos comer tranquilo y abastecerme y otros 15 minutos dentro del lavabo. Esa pequeña tregua con mis demonios me permite tomármelo todo con mucha más filosofía y no estar tan centrado en el crono. Me maravilla lo bien dispuesto que está la carpa, yo lo vi más que suficiente y por encima de la media de carreras de montaña de larga distancia que he corrido. Ya tienen aquí sopa con fideos y eso es un buen comienzo, y también zona de fisio y asistencia sanitaria. No puedo pedir más. 

Tras salir del avituallamiento, con Vane preocupada por la tardanza, nos decimos cuatro cosas de nivel culebrón turco de personas enamoradas y tiro con muchas ganas y algo de acojone a afrontar la que para mí será la subida más bonita y disfrutada de toda la jornada: Grand Col Ferret, una auténtica maravilla de sendero bien derecho y que transcurre por una ladera abierta, de hincar palos e ir sumando zancadas sin obsesionarse lo más mínimo en que el ritmo sea lentorro.

Lo cierto es que la subida se me hace treméndamente sencilla y voy adelantando a un buen montón de corredores sin forzar en ningún momento. Deja que la penitencia venga cuando ya no quede más remedio, pero no la avances tú. Me lío un poco con los bastones (se me enganchan transversalmente en un puente y me quedo encallado… Se nota que aún soy bastante parguelas con el tema. Pero, ok, voy a dar mi brazo a torcer: reconozco que los bastones van geniales en carreras tan largas. Aunque no prometo llevarlos siempre, eh!

El resto de Col de Ferret es subir con mucha confianza, absolutamente flipar con las vistas, alegrarme de que hoy no haga un calor sofocante (siendo una zona tan destapada, era uno de los motivos de llevar un tercer bidón detrás por si era necesario recurrir a él), pero que tampoco llueva o sople el viento (entonces hay que tirar al momento de segundas y terceras capas).

Estoy disfrutando muchísimo y ahora la batalla mental está en no creérmelo demasiado, pero a la vez ser consciente de que con esta actitud y ritmo estoy por el buen camino para acabarla y que no necesito ir más allá. Hasta ya me da por especular cuanto tengo que contemporizar para llegar fresco al doblete que tengo a final de septiembre para saldar dos deudas que siempre he tenido pendientes y que me hacen una ilusión tremenda ponerme con ellas: la brutal Matxicots y la rompepiernas Maratón de Madrid. Sí, carne y pescado, dámelo todo que yo no le hago ascos a nada cuando se trata de disfrutar corriendo. 

Alcanzamos la cima y ahí comienza una larga bajada a la que ya vengo bien predispuesto a que me encante porque la zona es descomunalmente espectacular y porque ya convivo con un estado personal de deleite con los postres que estén por venir. Guardo los bastones a pesar de que ya estoy advertido de que el perfil es más trampa de lo que se indica en el programa; asumo que las subidas serán cortas y que andando o trotando suave las superaré sin necesidad de ir tirando de los palos y que el resto es ir bajando y disfrutando.

Voy a buen ritmo, pillando a mucha gente, que es toda esa gente que hacen avituallamientos como toca: repostar, descansar y salir, y no como yo que mi planning consiste en repostar, descansar, hacer vídeos, pasarse media vida en el lavabo, tomarse unas vacaciones, hacer una recogida de firmas, presentar las novedades del nuevo IPad, montar una patrulla callejera y, ya si eso, luego salir a correr. En total invertiré unas 2 horas y media en los avituallamientos, de los que realmente solo consideraré aprovechables y productivos unos 60 minutos. Pero, lo dicho, ahora ya voy con la mentalidad de que 16 o 17 horas sería genial (hasta Champex-lac iba a ritmo de bajarlas sin realmente buscarlo), que 18 horas es la leche, que bajar de 20 sería un exitazo y que acabar… Acabar es el no va más. Y con eso, buff, ya os digo que con eso vas mucho más en paz contigo mismo.

Cerca de La Fouly, en un de los pocos tramos algo técnicos (con técnicos me refiero que hay algún salto donde es mejor pararse un segundo y sortearlo sin apreturas o que el camino es más picado y debes jugar a tirar de cuadriceps y, a la vez, sortear algunas raíces y giros cerrados), me encuentro a un inglés que calza mis queridas Inov8 TerraUltra 270 y del mismo color que las pillé yo. Me vuelvo como el chico del meme dando la brasa en la discoteca y le digo que estoy enamorado de esas bambas ante su semblante de «me importa una mierda, chaval». Oye, que tan enamorado no estarás si no las calzas hoy (bueno estaban en la bolsa de vida que carga Vane por si veía que el terreno y las condiciones meteorológicas se complicaban y al final no me hicieron falta).

Esto me hace ver que en ningún momento he pensado en las que llevo puestas y eso es la mejor noticia que me podían dar: he acertado de pleno con las Responsive Ultra. Unas bambas que no destacan en nada pero que son un 8 en todo… hasta en la suela que esperaba que me diera algún susto en terreno complicado y, ni eso, absoluta seguridad y, sobre todo, comodidad. Irán pasando los kilómetros y parecerá que sigo trotanto por el km 5 de la carrera. 

Lo mejor es que voy sumando kilometros con la sensación de que, por fin, se está haciendo realidad esa noción de que en este tipo de distancias estoy en mi salsa, de que se me pueden dar bien y que debería ser mi hábitat natural si soy capaz de controlar mejor ese frente abierto que es el de llegar en condiciones a la línea de salida. Solo era saber correr, entrenar y descansar, cenutrio, me voy diciendo. Solo era eso. Solo era saber disfrutar, solo era saber encontrarte. Y, joder, por una vez veo que estoy cerca de conseguirlo. 

Aun así, en el momento que piso un poco de asfalto (el último km antes de llegar al avituallamiento de La Fouly) compruebo que no me tengo que ir flipando tanto, aquí las sensaciones ya no son tan buenas, pero es algo con lo que sé que hay que lidiar un buen montón de veces en este tipo de distancias. El regalo vendrá poco después al encontrarme mucha animación a la entrada del pueblo que miro de responder agradeciéndoles los aplausos y la sorpresa de ver a Vicenç allí, acompañado de Olga (que el día anterior había corrido la OCC), que están haciendo el seguimiento de otro amigo que corre la misma distancia que yo.

De La Fouly a Champex-lac

Me quedo a vivir dentro del avituallamiento de La Fouly porque soy así, el típico amigo plasta al que la ha dejado la pareja y se te acopla en ese remanso de paz que había sido hasta el día de hoy tu hogar para «nada, solo dos o tres días hasta que encuentre algo; si no, tranqui, que me voy con mi hermana».

Cuando salgo, recuerdo que tengo que ponerme a cargar el GPS , algo-que-bien-podría-haber-hecho-en-el-avituallamiento…, porque ya tengo comprobado que el Garmin Instinct solo me concede 6 o 7 horas de vida de las supuestamente 14 previstas (y eso que lo tengo en modo ya ni me molesto en pillar satélites, pregunto a la gente por las calles por dónde has pasado para economizar batería). Pues nada, uno de los miles de parones que haré durante la carrera entre meadas varias (de estas no me quejo), echar fotos (ningún tipo de reclamación), ejercer de camión de la basura de la gente que va por delante (ahora sustituyo la recogida de geles y barritas por las mascarillas) y cagadas mías a nivel logístico (estas sí que me duelen por mala previsión).

Este tramo es una bajada suave que va combinando pista, sendero (con el paso por algún pedregal sencillo) y en su último tercio algo de asfalto, que da la sensación que son un poco kilometros basura, pero que a mí me gustan porque los encuentros bucólicos especialmente cuando nos adentran por las pequeñas y desvencijadas callejuelas de los pequeños pueblos suizos. Es una gozada que te permite ir a saco, pero que para tus intereses, al menos los míos, resulta mucho más conveniente el dejarse llevar.

Todo eso se termina tras cruzar la carretera y comenzar la subida a Champex-lac, la turística localidad donde está el avituallamiento gordo y no por que las carpas sean las más grandes sino porque es el que sirven los macarrones. Los ultra trailers del chichinabo no categorizamos por las dimensiones de los emplazamientos sino por el convite que nos zampamos (bueno, y dejando la broma de lado, también por estar a resguardo cuando la meteorología se pone terrible).

Esta subida es el tercer pico de los seis que nos toca superar en la CCC (en la UTMB ya habría perdido la cuenta) y es que, por perfil, parece la más fácil aunque la primera cuesta asuste un poco. Nada más lejos de la realidad, es un ascenso suave y sostenido que a pesar de ser de solo 3,5 km creo que únicamente se te puede hacer eterno si ya tienes la necesidad de aprovisionarte en Champex-lac y/o si te has pasado de ritmo en la larguísima bajada anterior.

Aquí eso se paga… y puedo decir con orgullo que aunque las sensaciones no eran las mismas que subiendo Col Ferret voy avanzando confiado y sin sustos durante todo el transcurso. Me da para parar a echar agua en una fuente y tirar fotos de las figuras de madera que decoran el sendero y, aun así, ir adelantando a más corredores sin apretar más de la cuenta. Lo cierto es que aquí tengo la sensación de que la carrera no se me escapa, pero no se lo digas a nadie que soy el artista de hacer pronósticos y cagarla siempre.

La Giete, pequeña trampa 

Llegar a Champex-lac, que la gente te anime, que te pongas a buscar a Vane… y que no la veas por ninguna parte. Un poco chof porque tenía muchas ganas de reencontrarme con ella.

Y es que me cuenta por teléfono (no quiero ni pensar en el sablazo que el señor Movistar me va a meter, si al menos les sirve para montar un equipo ciclista en condiciones, bienvenido sea) que la conductora del autobús oficial de UTMB se ha perdido y aún está dando vueltas en Orsieres para hacer el cambio de vehículo (hay tramos que solo se puede acceder con mini buses ya que las carreteras no dan para vehículos de mayores dimensiones).

La convenzo de que no se preocupe, que iba con la mentalidad de llevarlo todo lo necesario en la mochila para acabar la carrera. No necesito las bambas porque el tiempo es bueno y las que calzo son una pura delicia; creo que con el cargador que llevo encima me sirve para dar servicio al reloj, al móvil y a las baterías del frontal; de ropa voy bien servido, de comida tres cuartos de lo mismo… Así que es mejor que ya tire para Trient y yo en Champex-lac haré solo un pit&stop rápido… (tan rápido que será digno de Minardi, cerca de media hora… y rozando el bochorno con los idiomas cuando le pido al voluntario que en los macarrones me ponga «Cheese, si vous plait, grazie») y en Trient me quedo más rato con ella para contar la jugada y disfrutar del que me habían chivado es el avituallamiento más animado de la carrera. 

Y es en esas que me encamino a la segunda parte de la carrera, que ya asumo que será significativamente más lenta porque a medida que vaya avanzando irá cayendo la noche (no se nota apenas subiendo pero sí, y mucho, bajando), y la disposición de las tres subidas que quedan es en progresión tanto en dureza y desnivel como en su tecnicidad. El perfil es más simple que el mecanismo de un chupete: tras cada sube y baja hay un avituallamiento gordo y el último, claro, es el de meta.

Así que la primera subida, que se supone que es la suave, llega tras rodear el lago, cruzar ese curioso pueblo que pinta a segunda residencia de jubiletas pudientes (y es más que probable que me equivoque… lo de las primeras impresiones y los prejuicios, ya tú sabes…) y continuar por un tramo pistero bastante favorable.

Y la verdad es que la subida de La Giete comienza siendo nada del otro mundo, de esos que vas acompañando los bastones a tu ritmo de trotar o caminar (el 99% de los que me rodean, lo segundo), pero justo a mitad de ascensión comienza a picar bastante y el terreno se vuelve más irregular y de mal pisar. Aquí se me hace un poco dificultoso, más que nada porque no me lo esperaba, así que cuando me adelanta un corredor pienso que quizá no debí venirme tan arriba. Poco después lo alcanzo y comienzo a adelantar a un buen montón más, muchos de ellos gente que ya anteriormente había rebasado pero que saben gestionar mucho mejor los avituallamientos que yo. La parte final de esta subida me encanta, es un sendero abierto que va subiendo muy poco, hasta es de esos que aceptan ir trotando y que tiene unas vistas estupendas de las montañas de alrededor, además permite ver por donde van el resto de corredores a un km vista y eso anima para saber también donde se encuentra el punto en el que se corona.

La bajada va combinando tramos muy sencillos con algunos senderos más rotos y complicados, pero realmente nada que te impida dejar de correr. Así, sin novedades en el frente, llegamos al curiosísimo punto de control de La Giete (el interior de una cabaña), que hace de mini avituallamiento exclusivamente líquido, antes de afrontar el resto de la bajada. Recargo bidones cuando no me hacía falta (unos km antes unos chicos habían ofrecido una manguera para que nos sirviéramos), echo las fotos de rigor y salgo ya de camino a Trient mirando de apurar al máximo para que no me pille la noche antes de llegar allí.

Pero al final, a pesar de agarrarme a la esperanza baldía de que solo estaba oscuro en los entornos más frondosos donde los árboles no dejan pasar los rayos de luz, y luego de bajar el ritmo y situarme detrás de otro corredor para chupar de sus leds, la noche se me echa encima. Como soy un merluzo, de todo el tiempo que malgasté en Champex-lac no se me ocurrió en ningún momento el ya ir sacando el frontal del fondo de la mochila para tenerlo a mano cuando hiciera falta y ahora lo pagaré con una parada de 5 minutos estúpida y muy ortopédica a falta de poco más de dos kilómetros para llegar a Trient. Bueno, lección aprendida. O no. Ya verás tú.

Pago con el jeto

Les Tseppes: más vertical no la podían hacer

Ya me habían avisado y metido el miedo en el cuerpo de que Les Tseppes era una subida dura como pocas, en el sentido de que parece un km vertical recortado (3,5 km y unos 800 positivos). Y lo cierto es que lo es, pero también lo es que el terreno es muy transitable y poco técnico. Es una subida muy constante por sendero en muy buenas condiciones en la que si encuentras tu ritmo se te debe dar bien y no pasar más apuros que los de llevar ya en cada pata nada más y nada menos que 70 km y unos 4.000 positivos.

Y así, es tras salir de Trient, tras otra parada donde dio tiempo para finiquitar las obras de la Sagrada Familia, fichar a Mbappé y encontrarle un curro de lo suyo a Toni Cantó… Un momento…

Inciso: esta vez la inversión de tiempo estaba justificada ya que iba a ver a Vane, tenía ganas, ya no tanto de contarle mis vivencias como que ella me contase su jornada. Porque ya os digo que el cansancio y palizón de los acompañantes que te hacen el seguimiento va en paralelo al de sus corredores. O peor aún, que cuando te cala el frío, el sueño y encima te toca esperar tras sufrir el estrés de llegar a cada punto pactado en hora, se hace durísimo.

Además ese avituallamiento destacaba también por dos motivos. El primero, porque resulta el más animado: mucha gente, música en directo, camaradería entre los corredores (me pegaré mis buenas charlas)… El segundo, porque es el que más conciencia de buen trato tienen con los acompañantes, con una zona bajo techo delimitada para ellos para esperar que lleguen los corredores y un bar donde poder tomar algo y cenar.

Bueno, volvemos.

Y así, tras salir de Trient (ahora sí) y tras un km de falso llano pistero, comienzo esa dura subida a la que temía mucho por lo dejarme tocado del todo para Tête aux Vents (que la veía ya desde el inicio como el gran ogro), pero que me resulta, no diré que agradable, pero sí muy manejable. Sigo avanzando a gente, pero muchos de ellos vuelven a ser corredores que previamente ya los había adelantado. Entre los que avanzo hay una chica que se encuentra en un lateral vomitando a la que le pregunto si todo va bien y antes de volverme a repetir por segunda vez que sí, que todo está bajo control y que la deje tranquila vuelve a echar otra potada clásica de jägermeister a las cinco y media de la mañana. Le ofrezco un kleenex y esto sí que no me lo rechaza.

Lo mejor de esta subida será que por primera vez me encuentro a ratos completamente solo, algo que estaba echando bastante de menos, el tener un poco de espacio y paz para mí. No necesito más porque, joder, David, llegabas hecho unos zorros y te estás manejando la mar de bien. 

Para la bajada pongo un punto más de intensidad al frontal (calculo que es el modo tres de los cuatro que tiene, el último sirve para indicar a los barcos que si siguen recto se comen una isla y dura menos que las luces de Arévalo y compañía), para ir encarando una primera parte que me habían contado que se podía convertir en un tobogán deslizante si llovía. Pero como no es el caso, la bajada resulta de lo más fácil y se hace igual de llevadera que la subida. Aquí la verdad es que no hay más misterio, más allá de que tras dos avisos del frontal me quedo totalmente sin luz a falta de nuevo de otro par de kilómetros para llegar a Vallorcine.

No me lo puedo creer… Me toca de nuevo cambiar la batería totalmente a oscuras y flipando con la poca duración de mi novísimo frontal (que debería haber usado más para no llevarme estos disgustos). Menos me puedo creer que haya sido tan estúpido de no darme cuenta que lo tenía a máxima potencia y de ahí que en lugar de las 16 horas pactadas se haya quedado en poco más de dos…

Tête aux Vent: qué agonía!

No voy a decir que llego eufórico a Vallorcine, porque la tontada del frontal me deja un poco mosca, pero sí con mucha determinación y confianza. Aún sabiendo que me queda un buen troncho de subida y un tramo guarrísimo posterior antes de iniciar la bajada final a Chamonix, lo veo todo muy encarado.

En el avituallamiento no encuentro a Vane y le envío un mensaje para decirle que ya estoy aquí, me responde rápido y la veo entrar. Ella ya estaba subida en el bus para ir a Chamonix porque creía que ya había pasado por allí ya que había visto pasar a muchos corredores que habían llegado tras de mí en el anterior avituallamiento y no se fiaba del seguimiento del Live Info por los fallos que había dado durante el transcurso de la carrera (buena parte de la tarde y noche dio a entender que lo había dejado a mitad de camino). Calada de frío, lleva puesta hasta una térmica extra que guardaba en la bolsa de vida, me cuenta que se había subido a ese bus porque ya el siguiente pasaría una hora y media después y le digo que vaya rápido a ese y no se preocupe por mí. Pero se lo digo justo a las 12.01 y aquí, aunque estamos ya en suelo francés, tienen asimilada la cultura de su país vecino, lo de la puntualidad suiza…

En Vallorcine, también me paro un buen ratazo, el suficiente como para que tú, lector, hayas llegado hasta aquí y te arrepientas de haberte tragado semejante tocho de texto lleno de lloros (mil disculpas), pero hay algo de lo que  no me doy cuenta, apenas me siento en los bancos a descansar (solo en el lavabo), estoy los 20 minutos dando vueltas arriba y abajo y ya estoy en ese punto que solo me entra una sopita con fideos en el estómago (not bad).

Salgo de allí y me despido de Vane diciéndole que nos vemos en Chamonix y arrepintiéndome al instante de haberlo soltado (soy de los que meten un gol y no me vale que haya entrado dentro de la portería, que el arbitro señale el centro del campo, que el VAR lo certifique, que el público lo celebre, que las estadísticas de la liga lo sumen a su tabla de goleadores y que sea escogido gol del año por la asociación de casas de apuestas hijas de puta que están jodiendo a media sociedad. No, yo necesito algo más para que me confirmen que ha sido válido).

The Blair Witch Project

Hasta el inicio de la subida a Vallorcine hay unos cuatro km pisteros y muy corribles con tendencia a subir. Se podrían hacer perfectamente corriendo, pero yo y todos los corredores que me rodean sabemos que sino eres un pata liebre la mejor estrategia es ponerse un caminar duro y llegar al inicio de la escalada a Tête aux Vents sin que te haya pasado factura. Así lo tenía marcado en todos los casos excepto en si me encaraba en busca de bajar de las 16 horas. Como ya hace tiempo he asimilado que lo que realmente me hará feliz es acabar y, mitad voluntariamente y mitad fuerza gravitatoria, no estoy para esos menesteres, soy consciente que se me tiene que dar rematadamente mal para que eso no suceda. Miro el reloj y observo que hasta tengo un buen margen de cinco horas para bajar de las 20, y me propongo que este segundo objetivo puede ser la guinda a un día que comenzó torcidísimo y al que le he dado la vuelta como nunca antes me había pasado.

La estrategia está planteada: suave en la pista, sufrir en la subida a Tête, no arriesgar hasta llegar a la Flagere, y luego rápido, si se puede, a Chamonix. Lo que no tenía previsto es que nada más comenzar notase que algo estaba fallando. El tramo pistero me iba a dejar tocado con la sensación de que iba forzando más de la cuenta y las pulsaciones disparadas. Además son cuatro km visualmente poco atractivos si te toca afrontarlos con la luz del día y directamente feuchos si lo haces de noche, como es nuestro caso (las 12 clavadas).

Se me hace algo bola y ya voy penando en el tramo de asfalto que lleva al inicio de la subida. A pesar de los ánimos de la gente que se ha agolpado en el parking que hay allí mismo (hasta con discoteca al aire libre) sé que me va a tocar sufrir más de lo que esperaba, especialmente cuando un colega que andaba por ahí me dice «mejor que no mires arriba» y, claro, yo miro y veo lo que me espera: eso de ahí es imposible. 

Es imposible, pero no hay nada como un No Pain, No Gain, un No Human is Limited y un Impossible is Nothing… para seguir sabiendo que eso sigue siendo imposible.

Bueno, digamos que se hace muy cuesta arriba si ya desde el principio te notas fatal como me sucede a mí. Al poco me adelanta un corredor y luego otro y luego otro más… Tengo las pulsaciones disparadas, la noto verticalísima aunque revisando datos pulcros lo que indica es que no es la subida más exigente en cuanto a desnivel, lo que lo hace realmente jodida es el terreno tan quebrado, el tener la sensación de estar subiendo una escalera de roca de todas las formas inimaginables perpetrada por Calatrava.

Me voy repitiendo la misma cantinela, lo de que lo que importa son las sensaciones e intento buscarlas constantemente, pero esta vez el juego mental no me sirve de nada, estoy sufriendo lo indecible, noto el latir del corazón como si un alien estuviera a punto de estallar de mi cuerpo, y cada paso me parece una eternidad. Alcanzo a otro corredor que va casi más tocado que yo y decido quedarme detrás de él, pero al poco me deja pasar y noto constantemente la presión para que avance… Eso me hace ir aún más al límite hasta que al final me digo que si me quiere seguir será a mi ritmo de tortuga. Finalmente, viendo lo duro que se me está haciendo, decido que esta subida la iré haciendo con varias paradas cortas para ir bajando las pulsaciones aunque eso signifique perder más tiempo. Con esa técnica me van adelantado más y más gente, pero hay un punto en el que veo que comienzo a pillar a otros corredores, entre ellos a algunos que previamente me habían rebasado.

Me encomiendo a que la luz que se divisa arriba del todo de la subida sea el punto culminante de Tête aux Vents… pero es que no hay manera de alcanzarla. Los metros, ya ni hablo de kilómetros, pasan desesperadamente lentos, las continuas grimpadas se me hacen de una agonía insoportable, y ahora sí que comienzo a lamentar el no haber hecho más desnivel de subida y por terrenos rotos estos últimos meses. Y la puta luz que preside la cima y no hay manera de alcanzarla.

El único bálsamo que encuentro es que veo que un buen grupo de corredores que está en las mismas, o sea, que no es solo cosa mía, así que el Calimero no tiene excusa para ponerse aún más a llorar. De repente, noto que la pendiente se va suavizando y entramos en un terreno sinuoso de sendero irregular y tremendamente incómodo donde estoy dando alcance a bastantes de los corredores que me habían adelantado y decido quedarme unos metros detrás de ellos. No hemos alcanzado la puta luz, pero porque la puta luz no era otra cosa que una estrella brillando en el firmamento. Y no es una metáfora, lo que pasa es que soy un auténtico miope.

De lo que queda hasta la Flagere, ya venía avisado, un tramo totalmente trampa y que te engaña hasta cuando te anuncian sus características. Cuando paso el control de Tête aux Vents veo que el cartel indica (ojo, puede ser que la memoria me falle): 10 metros de subida y 280 de bajada, que es más o menos lo que se podría intuir por el dibujo del perfil de la prueba. Pero nada más lejos de la realidad, ese tramo es un sube y baja constante, cierto que al final con tendencia al descenso, totalmente rompepiernas y treméndamente incómodo. Terreno irregular, con mucha piedra, pequeños saltos, raíces y la mar de peligroso si te flojean las piernas. Sé que es un terreno donde podría ir avanzando a gente, pero prefiero no jugarme una hostia tonta o una torcedura de tobillo que me deje fuera de juego y decido hacerlo casi todo caminando y solo trotando en las partes más corribles y fáciles. Para finiquitar este horror nocturno, una subida pistera típica de las estaciones de esquí que esta vez se sufre menos porque sé que a poco menos de 500 metros ya lo tienes hecho.

Bajando a Chamonix: bufar i fer ampolles

Llego al último avituallamiento de la carrera y le envío un mensaje a Vanesa para decirle que ya lo que me queda es bajada y que contemplo entre hora u hora y media para llegar. Miro el reloj y me veo muy sobrado para bajar de las 20 horas y muy justo para estar por debajo de las 19 (debería hacerlo en menos de una hora), más si voy parando a mear, si me eternizo en lo que debería ser hacer lo básico en este tipo de avituallamientos (repostar y ya) y si sigo haciendo parones para ir recogiendo basura, ahora jugándome algún tirón muscular porque las piernas no están para fiestas.

Pero, bueno, tras el sufrimiento ahora me veo con ganas de probarlo al menos un km para ver si es posible la mini hazaña… Y no, no será posible, el tiempo que empleo en el inicio de la bajada, mega pistera pero muy vertical, y el comenzar a adentrarme en un precioso sendero en zig zag bastante corrible pero de ir dando frenazos en los giros, me deja bien a las claras que no estoy para tonterías.

Así que me adapto al plan B, disfrutar dejándome llevar sin forzar y llegando a meta lo más fresco posible. Pero, justo cuando estoy buscando el boli para rubricar el nuevo contrato, me freno de golpe para recoger otra puta mascarilla y aprovecho para pararme un poco más y dejar pasar a una chica que veo totalmente espídica en su búsqueda de la meta de Chamonix. Me sitúo a unos metros de ella, pero al poco la alcanzo, y me parece muy curiosa su forma de adentrarse en este descenso, alzando los brazos y soltando pequeños gritos cada vez que da algún salto. En uno de esos saltos se le cae un gel, que recojo y guardo ya para dárselo en meta. Y la veo que va mirando constantemente el reloj, señal inequívoca que busca crono y quizá el mismo objetivo que yo. Decido no adelantarla porque la rodilla me ha dado un segundo susto en forma de pinchazo y paso de molestar con otro avance si luego resulta que va a tener que volver a adelantarme por mi propia ineptitud. En esa bajada, rebasamos a un montón de corredores que van a ritmos más lentos que nosotros e incluso andando y se nos acopla uno que ve que es una gran oportunidad seguirnos para sacarse de encima la bajada.

Al dejar atrás el sendero, nos toca ya un tramo de pista rapidísimo donde ponemos los tres un punto más de ritmo y llega un falso llano y aún hay otro acelerón más… Estos kilómetros finales se han convertido en un a ver quién aguanta más y quién revienta antes, un pique que le da algo de interés a este lance final insulso que nos lleva a Chamonix donde ya me lo tomo con más calma y decido no forzar por esa tonta regla que un día me saqué de la manga de que en un trail lo que no has conseguido ganar en la montaña no lo busques ganar en el asfalto. Así que miro de disfrutar de ese último kilómetro y dejando margen para llegar a meta solo. Dion estaba esperando y me alegra un montón verlo allí y poco metros después está Vane que me está grabando llegando a meta.

Y, bueno, poco más, porque la meta en sí a las 3 de la mañana tiene el ambiente de estar recogiendo las mesas, solo los acólitos y el personal de la organización. Cruzo satisfecho pero no exultante, pasados unos segundos paro el reloj pensando que habría llegado con unos 15 minutos por encima de las 19 horas pero me da un chute tonto de alegría comprobar que he bajado seis minutos de esas 19 horas. Un 18h54′ que me sabe a gloria y más de dónde venía.

Cuatro fotos de rigor y recoger el chalequito de finisher de marras con el que posturear durante 12 horas porque luego vendrán los de la UTMB con el suyo y vas a quedar como un parguelas.

Y, ahora sí, conecto el móvil para saber un poco del mundo y el colapso de notificaciones…

Bueno… No me hagáis llorar, mamones… Solo os puedo a dar a todos las gracias por haber estado allí perdiendo el tiempo en seguir mis aventuras y desventuras. De verdad, infinitas gracias. Me he sentido muy querido y eso es lo que me llevo de meterme en todo este percal.

No nos entretenemos en la zona de meta porque hay que evitar que nos cale el frío y ando con el temor de se me bloqueen las piernas y que ya ni los salmos de la noche anterior mantengan su magia en mí. Que aún nos quedan dos buenos km de pateada hasta pillar la cama y, ahora sí, caer totalmente rendido.

La mañana siguiente nos acercaremos para a ver llegar a los vencedores de la UTMB y disfrutar de todo el ambientazo que se respira en Chamonix. El domingo nos tocará ir a animar a los últimos de la misma prueba ya cargando las mochilas para despedirnos del valle del Mont-Blanc y serán los momentos más emotivos de la carrera. Y el lunes… el lunes volveré a ser el mismo David, con los mismos problemas de cualquier otro pringao de la vida y su misma forma desastrosa de encararlos. Y que dure.

47 comentarios en “Ultra Trail Mont-Blanc (CCC): la pseudocrónica

  1. Moltes gràcies, David, per explicar-nos les teves aventures. Ha estat un plaer llegir-te, he rigut molt i també ha estat bé que ens expliquessis la teva manera de viure la carrera. Humilment penso que ets massa dur amb tu mateix, però vaja, cadascú fa el que pot per sortir-se’n el millor possible de les seves històries. No paris d’escriure, sisplau! Fins la pròxima cursa. Ànims i endavant!

    • Bueno, realment no sóc tan dur com em pinto, però està bé treure’s una mica d’egolatria de sobre i quina millor manera que l’exposició de les teves humiliacions de manera pública.

      Salut!

  2. Llevaba mucho tiempo esperando una nueva gran crónica tuya!! Te has vuelto a superar David!
    (Y no sé cómo lo haces, pero todos los demás «pringados» nos hemos sentido identificados con tus pensamientos.. o pajas mentales).

    Enhorabuena por la gran cursa y mejor crónica! Han sido 75′ de puro placer.

    A ver si esa música tecno machacona y facilona sigue residiendo en tu cabeza… te da para una buena prosa.
    Mucha suerte en tu nueva carrera laboral!!

  3. Gran David!! Entre l’emoció, el divertiment, la èpica, l’anar fent, el coleguisme, la realitat, l’esperança, la il·lusió, la confiança, la desconfiança… totes les sensacions i sentiments. Quan sigui gran, vull ser com tu!!
    ENHORABONA!!!
    Una abraçada

  4. Boníssima la teva crònica. Genial. M’has emocionat. Et felicito també per la cursa. Després de tot el patiment has complert el somni de molts

  5. David, me lo he pasado genial leyendo tu crónica, me he reído y he disfrutado con tu experiencia en esta prueba.
    Los miedos y sensaciones que en tantas ocasiones tenemos y que nos cuesta expresar tu lo haces con esa mezcla de humor y realidad en la cual es fácil verse reflejado.
    Enhorabuena por haber conseguido finalizar esta prueba tan dura y mucha suerte para el futuro que te la mereces.

  6. Amic David ets GENIAL !!! Me encantat llegi la teva cronica i hagut moments que amb donave la sensacio que jo estaba corrent alla Bueno corrent i caminan ! Moltes gracies I moltes felicitats a tu i a la Vane

  7. Moltes felicitas¡ts David! Estava esperant la teva crònica i realment val molt la pena. Moltes felicitats per haver-ho aconsgeuit, i per com ho has escrit. A disfrutar de les següents perquè t’has pogut treure l’espina de la UTMB, ai, de la CCC que no és el mateix. Una abraçada i molta sort en els teus nous reptes!

  8. Felicitats pel seguiment de Vane i com no a tú David per les teves tares, neures, ‘pajas mentales’, cafrerisme, dimonis, esperit tragicomic, però que estic convençut que fan la meravellosa armonia que ens deixes intuïr/veure i que tu sembla només trobes en contades ocasions.

    Admirador absolut de tú i del recent tocho que hem fa viure amb tú l’experiència, espero que amb la perspectiva del temps i la maduració o puguis convertir en el mantra vital que et permeti deixar els bastons per quan siguis avi :p

    Per un patiment controlat i perquè la feina et tregui el mínim de vida per viure; Seguim, Calimero!!!! sub19h i a per més, felicitats!!!!

    Salut!
    Jordi

  9. Bon dia,

    Felicitats per haver completat la CCC. Pot ser que sigui la «germana menor» però és una senyora cursa. M’ha agradat molt la crònica.

    Amb les vistes que es veuen a les fotos jo no tindria temps de pensar tant, les meves neurones no donen per tant.

    Salut!
    Jordi

  10. Enhorabuena de nuevo, David.
    Unas cuantas preguntas.
    -En esas casi 19 horas, dan para pensar mucho o para que tu mente se instale en bucle con una canción o una frase (yo tenía en bucle «Soy Groot» en mi mente). ¿A parte del soliloquio del primer tercio de carrera, tuviste algo en la cabeza que se repetía de forma recurrente?
    -¿Cuales crees que son los factores que más influyen en el Tour del Mont-Blanc para que haya un volumen de abandonos tan alto (tanto élite como popular)?¿Crees que uno de los factores es que el terreno es tan «fácil» que nos flipamos más de la cuenta y el desnivel acaba pasando factura?
    -¿Como cargabas el reloj, ibas buscando enchufes por los controles? No sabía que chupara tanta batería el Instinct…
    -¿Hubo algún momento en que te emocionaras de verdad? Ese momento en que sabes que acabas, o en la llegada, o en los ánimos de un público random, o cuando Vane estaba en X sitio…(es que yo en meta me sentí aliviado, no emocionado)
    -¿Crees que la carrera realmente que se merece eso de «hay que correrla una vez en la vida»?
    -¿Le pegarías fuego al tramo que va desde Tete Aux Vents a La Flegere?

    Y ahora vamos a por los comentarios.
    Leyéndote, he podido recordar mi experiencia. Se me ha ocurrido compararme contigo (soy idiota) y veo que la diferencia más grande es que en los primeros 10Km me «metes» algo más de 1 hora (brutal por tu parte). En los otros parciales vamos bastante parejos, aunque siempre a tu favor unos 5 minutos por control. Para mi acertaste de lleno subiendo esa marcha al principio para evitar tapones. Yo me los comí enteritos, pero aún reaccionando tarde, en el primer cuello sí que apreté y no tuve ningún tapón a partir de ahí.
    A mi también me flipó el bosquecillo cercano a Champex con las figuras talladas en madera. Siempre he querido volver ahí paseando con calma. Someday…
    El tramo de La Flegere hasta arco de meta es algo muy bonito de vivir. Vas encontrándote corredores que como tú, van a ser Finishers, y ves como cada uno se lo toma a su manera. Ese suave zig-zag de bajada cada vez más fácil vió mi segunda «rebifalla» y pude correrlo todo bastante cómodo. Recuerdo como una pareja paró en un giro a ponerse las mejores galas para estar guapos para la llegada. Yo hice algo parecido, pero en marcha, no vaya a ser que pierda tiempo (ya he dicho más arriba que soy idiota). Un corredor que tenía delante que combinaba andar y correr, no quería que le pasara de ninguna de las maneras, e intentaba correr y realmente el tío estaba reventado. Una de esas persecuciones a cámara lenta cuando llevas casi 100km encima, que es ridicula desde fuera. Yo sé que te voy a pasar, tu también. No te enfades, a mi también me han pasado hace un rato…lo alcanzo, se pone a correr a mi ritmo. Le miro, le felicito por la carrera. Se pone a caminar, espero que en paz.
    Gracias por la crónica David.
    Ojalá podamos charlar sobre ella y otras cosas cara a cara, ya sea trotando o tomando algo.
    Avisa si vienes por Manacles!

    • Iepa! Vayamos por partes 🙂

      1/ Hosti… Pues esta vez no tengo ningún recuerdo de sintonía o frase que me martillease constántemenete y mira que en otras pruebas de largas distancia recuerdo alguna melodía que no me paraba de asaltar a la cabeza… Tuve como mil pensamientos diferentes a lo largo de la carrera y de las cosas más pelegrinas: mis propias sensaciones, el analizar el material de otros corredores (decenas de marcas de las que no tenía ni pajolera; supongo que como ellos cuando nos ven vestir de Hoko), lo que se me viene encima de competiciones este otoño, temas de curro, volver a ver a la gente… Y mil cosas aún más random.

      2/ Es cierto que te la venden como rápida (y lo es) y creo que todos nos calentamos mucho al inicio de la carrera. Las tablas de Pablo Villalobos deja bien a las claras el como todos (hasta el que vence) se va desfondando a medida que pasan los km. Pero creo que lo que más afecta es la propia presión autoimpuesta respecto a otras carreras porque esta es ‘la grande’; un poco lo que contaba Koldo de no saber templar los ánimos antes de llegar a la línea de salida. Comienzas la prueba ya destrozado.

      3/ Llevaba un cargador externo en la mochila que casi siempre llevo encima cuando reviso circuitos y no quiero tirar del GPS del móvil (chupa demasiada batería y prefiero tenerlo para emergencias), sino del Etrex o del Instinct. El problema del Instinct no es que chupe es que para ser de montaña tiene muy poca autonomía. Cuando pueda, o sea mucho más adelante me gustaría agenciarme algo como el Fenix 6 o el Coros y no estar eternamente pendiente del reloj.

      4/ Cuando hice el cambio de chip y también creo que subiendo Col de Ferret cuando ya noté que lo peor había pasado y realmente me encontraba muy bien en todos los sentidos. Luego, un pelín de euforia cuando veo que había bajado de las 19 horas sin saberlo y en el momento que Vane me dice que había un buen montón de gente que me estaba siguiendo, hasta montando grupos de Whats específicos (y mira que no suelo publicitar mucho lo de anunciar que corro x carrera para sacarme presión de encima).

      5/ Más allá de la opinión que tenga cada uno de la carrera y lo que comporta a nivel comercial, de pureza, de sostenibilidad, de show, etc. Me parece una carrera que hay que vivirla y luego ya decidir si te gusta el rollo o no. Para mí tiene un circuito exquisito y que da mucho juego (de los que mola retarte y competir), creo que toda la parafernalia está bien disfrutarla alguna vez (¿si acepto lo mismo en Boston, Barcelona o Behobia, por qué aquí no?) y está estupéndamente organizada.

      6/ En mi caso, el problema de Aux Vents creo que fue que no descansé bien en Vallorcine porque aposté a hacerlo en el tramo de aproximación que es bastante calmado. Y erré totalmente porque necesitaba bajar un poco las pulsaciones antes de afrontar ese último tramo. La subida es jodidísima (al día siguiente es la plaza donde está la meta estuvimos viendo la retransmisión de cómo la subía D’Haene y no parece taaan dura como a mí pero aun así se le veía sufrir), pero creo que no se me hubiese hecho tan bola.

      En mi caso, salí demasiado fuerte, pero ya era la idea para no frustrame con los tapones. Si te soy sincero, tras Menorca (que el resultado fue bueno, pero podía ser mejor; el año que viene iré a bajar de las 10 horas) creía tener con un poco más de entreno un objetivo tonto que era el de hacer la media de km de la CCC en menos de 10′ (o sea, 16h06′ que ya redondeaba en 15h59′), sabía que estaba para 16-17 horas. Pero como todo salió al revés desde ese día, ya lo descarté. Aun así, llegué a Champex cumpliendo la media (creo que estaba en 9’45» el km cuando entré en el avituallamiento y salí con 10’08») sin forzar más de la cuenta, pero sabía que no estaba en condiciones y la segunda parte decidí bajar una y hasta dos marchas para llegar entero a meta. Con todo lo que había pasado me llenaba ya totalmente llegar a meta.

      Lo del bosquecillo de Champex me gustó mucho y se disfruta mucho si vas con niños porque además no es muy exigente y se lo pasaríoan bomba identificando los animales. Haciendo el tramo de Bertone a Arnouvaz me dije que debería hacerlo algún año con Vane de excursionismo, es espectacular.

      Estoy de acuerdo en lo que cuentas sobre la bajada final a Chamonix, desde la segunda mitad de carrera se nota mucho los que aguantan bien las subidas, pero las piernas no les da para ir más allá en bajada y también justo al contrario: los que sufren sufriendo y arrasan bajando. Yo este año estaba en el segundo grupo aunque exceptuando aux Vents el resto de subidas se me dio moderadamente bien. El acabar corriendo hasta Chamonix siempre es un gustazo porque además llegas con la sensación de que al final la tienes más o menos controlada la distancia.

      Te tomo la palabra para vernos en Manacles!

  11. Muchas felicidades David!!

    Te merecías una carrera así y a mi leer una crónica como la tuya. «Casi» dan ganas de apuntarse a burradas de este tipo 🙂

    Me siento muy identificado con tus idas de olla tragicómicas (Qué hago aquí? No tengo nivel? Pues no estamos tan mal )

    Enhorabuena, sub19, ahora a preparar Matxicots y Maratón de Madrid (no habían «peores» carreras que hacer?)

    • Buenas, Juan

      Sí, lo de Matxicots y lo de Madrid son auténticas burradas aunque voy con mentalidad de ir a ritmo pachanguero y pasarlo bien, eran unas ‘faltis’ de cajón. Lo duro vienen en noviembre onde si que tengo intención de competir y me vienen seguidas NY (cruzando los dedos de que pueda viajar…), Bcn Trail Races y Valencia.

      Salud!

  12. Enhorabuena David! Carrerón y encima dándole dignidad al género crónica de carreras. El Marcel Proust runeril. Podríamos escribir juntos <>

    Nos vemos!

  13. Felicitats David, jo de gran vull ser com tu 😉 Com molts dels comentaris anteriors, he patit i he rigut, t’he (m’he) dit tonto per les cagades de no comprovar, despistar-te (que ho fem tots).
    Jo també procuro donar les gràcies als que estan perdent el seu temps animant-nos a les curses, i si ja no puc és que estic molt fotut, com a mínim els assenyalo i esbosso un somriure.

    • Per cert, guardaré aquest escrit a la categoria d’anar repassant de tant en tant, i em dic Joan, no Jonan. Veus com tots ens despistem :’))

    • Bona tarda, Joan

      M’alegro que t’ho hagis passat bé amb la crònica, d’això es tractava, de fer uns riures sobre el que més ens agrada. Ens veiem ben aviat pels carrers.

      PD: ja has tornat a ser Joan 😉

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