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Soy un desayunner

No a tot runnng

Cada día es una lucha sin cuartel con las sábanas, la guerra (fría) con la ducha y una batalla campal con el ropero. En el horizonte asoma el primer reto de la jornada: encontrar la pareja del calcetín y dar con la combinación cromática perfecta de camisa y pantalón mientras desengancho las legañas con la palanca de una excavadora. Y es que la vida está llena de desafíos a los que hay que hacer frente, y aunque el populacho no nos entienda y viva ensimismada en su mundo rutinario y perfecto, quedamos unos pocos que aceptamos cada envite que se nos presenta.

Retirar la leche del hornillo justo antes de que aparezca la nata, se desborde el cazo y se incendie la cocina; hacer malabarismos para que no me salpique el bizcocho cuando lo meto en la taza; o dar con el insulto adecuado a cada tertuliano que no me baila el agua mientras los escucho por la radio; eso es algo que no todo el mundo está capacitado para realizar sin un entrenamiento y sacrificio previo. Y es que los desayunners somos una especie única.

Vivimos al límite, nos desvelamos aporreando el despertador como si fuéramos James Bond cortando el cable correcto en el último segundo; nos dirigimos a gatas y a ciegas tanteando el suelo para alcanzar el lavabo, ya que ir andando y con una sonrisa profident es de perdedores; maldecimos nuestra vida en arameo y 30 idiomas diferentes… Y ahí estamos, son las mañanas que decidimos protagonizar porque no hay cosa peor que creerse una persona mejor.

El cuadrar, como si fuera un Tetris, la montaña que se ha ido gestando en la pica a lo largo de la semana apurando el karma existencial de ya me encargaré de fregarlos luego sin montar un estropicio, eso es un reto que muy pocos están dispuestos a afrontar. Los entiendo, son pobre gente que vive en la zona del confort del lavavajillas, y de ahí no se sale si no es con mucha fuerza de voluntad y sacrificio (de asistente) personal.

Sé que somos una especie incomprendida y a veces maltratada, pero eso es porque aquellos que nos insulta nunca se atrevieron a dar un paso atrás. Si realmente supieran los espectaculares beneficios que se obtienen de ser un un desayunner seguro que seríamos legión (los pikoliners). Mi próximo reto: llamar al curro y soltar a mi jefe «oye, hoy he pasado una noche mala y me parece que estoy lo suficientemente enfermo como para abrazar el sofá y ponerme con el último capítulo de Juego de Tronos».

Si te parece totalmente ridículo lo que he contado,  imagínate lo que deben pensar de nosotros la inmensa mayoría de la población cuando nos ponemos a contar nuestras batallitas atléticas como si estuviéramos a punto de invadir Polonia… Y yo soy el primero que cae en ello.

 

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