50 Sombras del Trail

Mr. TRAIL 50 SOMBRAS DE GREYEsto sí es porno duro.

Capítulo 1

A trailción

Anastasia (mira que nombre más jodidamente feo) disfrutaba de una vida plena, feliz y sin sobresaltos. Como buena hija de vecina y futura nuera ejemplar, salía a correr  un par de veces a la semana y se apuntaba a las tres o cuatro grandes carreras populares al año que se celebraban en su cosmopolita ciudad. Vamos, chica arquetípica. Seguro que hasta le gustaba Els Amics de les Arts, beber a morro las Moritz y leer a Paul Auster.

Un día su compañera de piso, una depravada que tenía como novio a un intento de montañero que alardeaba de haber coronado la temible Montserrat en funicular, le invitó a probar el trekking, y aunque en un primer momento receló (ella no es de esas frikis que miran de saludar a los presentes con los dedos en forma de uve) al final se avino a dar un garbeo por esas zonas descolonizadas que se suelen denominar generalmente como campo pero que ella prefiería bautizar como estampas del siglo XIX.

Y mientras iba paseando, instagrameando y echando pestes de su tercera compañera de piso se topó sin saberlo con el elemento que cambiaría radicalmente su vida. Sin previo aviso, un grupo de corredores extasiados se cruzaron por su camino apareciendo y desapareciendo por un sendero como si de un tren bala se tratara. La mayoría de ellos y ellas iban  adornados con moratones y magulladuras repartidos a lo largo de sus cuerpos. A Anastasia le chocó, sin embargo, que mantuvieran intacta una mueca de felicidad en su semblantes demacrados. Su amiga le comentó entonces que eso era debido a que estaban bajo el influjo de Mr. Trail y que la persona que caía en sus redes no volvía jamás a ser la misma. Anastasia, por supuesto, no le hizo ni caso, ya que ella había padecido varias veces la tortura de quedarse sin batería en el móvil y sabía que en ese estado era imposible conciliar un mínimo de felicidad. Placer y dolor combinan menos que un cubata de sidra y leche.

Mientras su compañera se escapaba un momento para hacer un pis a Anastasia le sobrevino de repente un deseo irrefrenable por adentrarse en uno de aquellos senderos, más que nada para matar la duda, y cuando venció al miedo y empezó a trotar se encontró al instante en otro mundo. Un paso, dos, tres («esto no es para tanto»), cuatro, cinco («a ver por dónde piso, que las Free Run me han costado un pastón»), siete, ocho («esto no me gusta, parece un capítulo de Perdidos«)… y al noveno una rama con ganas de revancha le atizó en  la cara dejándole la marca de un latigazo más colorado que el pintalabios que tenía pensado usar esa noche.

Bañada en un mar de lágrimas huyó de esa trampa sin tomar conciencia de donde pisaba hasta que una puñetera piedra se interpuso en su camino y le permitió llegar antes de tiempo al reencuentro con su amiga, eso sí tras un aterrizaje por tierra arrastrándose varios metros. La señora hostia permitió que brazos y piernas ahora también hicieran juego con el maquillaje de esta noche pillo que tenía previsto usar.

La vuelta a casa se convirtió en un infierno de dolores y gritos de quinceañera. Por supuesto, las ganas de salir a matar esa noche pasaron a mejor vida, bastante tenía con bañar en yodo su cuerpo magullado y hacer movimientos dignos de Robocop.  Pero por dentro seguía hirviéndole una obsesión que no le dejaba conciliar el sueño. Al final se levantó como si estuvieran devolviendo la verticalidad a la Torre de Pisa, conectó el portatil y comenzó a teclear en google las dos palabras que más odiaba en ese instante: Mr. Trail.

Capítulo 2

Montaña para dummies

50 sombras del trail 2Anastasia sabia cómo (una breve reseña en una página de citas a ciegas para corredores descarriados) pero no entendía por qué había algo que la empujaba a presentarse a la línea de salida de una carrera que se encontraba en las antípodas de lo que para ella significaba correr. Hasta entonces el único motivo que le motivaba a atarse las bambas era simplemente el de poder alardear con las compañeras de trabajo que estaba un nivel por encima del resto en el camino al éxtasis zen, una filosofía que se basaba en una mala digestión de varios ¿libros? de Stafan Tolays y que rezaba así:

Nivel 1: Libro de autoayuda (si puede ser uno de los suyos).

Nivel 2: Dieta macrobiótica (sólo interrumpida si el menú sale a más de 50 euros por comensal).

Nivel 3: Yoga (y si no su versión occidental: Body combat).

Nivel 4: Camiseta de John Lennon.

Nivel 5: Feng Shui (o, en su defecto, cambiar los muebles cada tres meses).

Nivel 6: Meditarranear en Acapulco.

Nivel 7: Poemario universal de Stafan Tolays.

Nivel 8: Instagramear instantáneas mirando al mar usando los filtros suficientes para pillar una diabetes.

Nivel 9Running.

Nivel 10: Llorar y sentir como propias las penas de Rufus Wainwright.

Nivel 11: Salir fotografiada en la galería de una revista de tendencias tras acudir a un festival de música.

Nivel 12: Curso para apreciar las cualidades de la alcachofa en el Gin Tonic.

Nivel 13: Pack de audioconferencias de… por supuesto, Stafan Tolays.

Nivel 14 (1º y 2º dan): 1º Agenciarse un coach cachas, 2º tirárselo.

Nivel 15: Ver El árbol de la vida y Holy Motors (y entenderla sin vomitar arcoiris).

– Nivel 16: Conquistar un maromo salido de Esade pero con conciencia social, fibra muscular y cuenta nada corriente.

Nivel 17: Kamasutra siguiendo unas pautas confeccionadas por Stinj y Mario Cachas. Combinarlo con un beso lésbico en plena borrachera.

Nivel SUPERIOR: Petición en Change.org para que Stafan Tolays sea nominado al Premio Nobel de Literatura. Y si se estiran al de la Paz y al de Química.

En resumidas cuentas la doctrina que había detrás de este hallazgo se basaba en vaciarse por dentro y eso pasaba primero por hacerlo con el monedero. Años más tarde esa pirámide existencial acabó pasando injustamente por los juzgados en un caso que las televisiones no tuvieron ningún rubor para bautizar cómo Forro Filatélico.

Tras una lectura en diagonal de las normas impuestas por Mr. Trail (que se reducían a un puedo hacer contigo lo que me de la gana pero ni se te ocurra contarlo) comprobó que la carrera sólo medía 1.000 metros de desnivel positivo. «Genial un carrera de 1km y en optimista bajada», se dijo. Quizá Mr. Trail no era tan fiero como lo pintaban y eso la desmotivó un poco. Comenzó a cavilar con que al final acabaría siendo otra muesca más a su larga lista de desechos amorosos que nunca cumple las expectativas, un catálogo confeccionado por excesivas conquistas a la luz de alcohol sintético y todos los novios de sus amigas después de que ellas días antes exagerasen sus logros sexuales.

Por supuesto, pasó de mirar detenidamente el perfil de la carrera. En sus nada menos que media docena de competiciones sobre el asfalto urbano había comprobado que estos son más falsos y exagerados que las cuitas amorosas en las canciones de un ídolo adolescente. Si son mil metros sólo tendría que hacer un sprint parecido al que solía efectuar cada vez que el pagafantas de turno hacía un conato de entablar conversación.

Sólo había una cosa que le inquietaba: ¿cómo era posible que toda aquella gente que se había situado a su alrededor se atreviese a llevar esa indumentaria sacada de un paintball de saldo (redundancia)? «Con esas pintas seguro que esta gente no ha pisado un club de fitness en su vida, juraría que habrán dado con sus huesos en un gimnasio público, eghhhs», pensó disgustada.

En cambio, Anastasia había estado más de tres horas escogiendo una indumentaria acorde con el evento. Finalmente se decidió por un camiseta larga de algodón que parecía roja pero que según ella era de un color difícilmente pronunciable y que combinaba con su maquillaje, unas mallas hasta los tobillos con el logotipo de la marca visible desde cuatro países diferentes, unos inútiles guantes de piel que sólo tendrían razón de ser dos horas antes cuando creía que fresco era sinónimo de invierno, las bambas del otro día pero esta vez 80 euros más caras y un bonito reloj casio dorado que hacía juego con el Ipad mini que se había encasquetado en el brazo izquierdo programado con un time lapse que luego colgaría en todas las redes sociales posibles a excepción, claro, de «ese pozo de chonis» que era tuenti.

Fue en ese preciso momento cuando se dio cuenta que ella partía con ventaja sobre el resto, Mr. Trail se derretiría con su sola presencia y eso iba suceder en tres, dos, uno…

Capítulo 3

El despertar Trailsexual

50-soombras-del-trail-3A las asistencias les costó horrores poder averiguar que se escondía tras ese manojo de arbustos en el fondo del barranco que se encontraron 30 segundos después del disparo de salida. Mitad jabalí por los gruñidos, mitad artista del Cirque du Soleil por la capacidad para la contorsión, hasta que no pasaron cinco minutos no acertaron en apreciar una realidad humana en ese esperpento de tiras moradas y aspersores rojos. Ni en su mejor clase de yoga Anastasia había conseguido una posición más acorde para encontrar la paz espiritual como la que ofrecía en ese agujero que no medía más de medio metro de profundidad.

Los médicos tampoco tuvieron un día fácil, jamás habían visto nada igual: el número de fracturas superaba las listadas hasta ese momento por cualquier estudio previo y tuvieron que tirar de capítulos de Bricomanía para ir solventando cada nuevo problema que iban surgiendo. Anotaron para futuras investigaciones una serie de nuevas y prometedoras dolencias, entre ellas fractura de piel, pestaña y pezón. Luego serían galardonados con todo un premio Nobel, desgraciadamente los rivales para conquistar el Principe de Asturias tenían demasiada entidad y ese año recayó el trofeo en Eufemiano Fuentes, en dura pugna con el doctor Google.

Ante la gravedad e incomprensión de tal evento tuvieron que fletar un par de aviones para que viniesen a echar una mano la eminencia médica encargada de rehabilitar a los concursantes de Humor Amarillo y el último ganador del torneo mundial de montaje de puzzles. Desde la madre Rusia, vía teleconferencia, el creador del Tetris fue aconsejando sobre la disposición más lógica para ir volviendo a situar todos los huesos en su sitio, y desde un bunker sueco el presidente de Ikea se encargaba de la pronunciación correcta de cada tornillo insertado.

La falta de dientes (se quedaron anclados a una roca y días después cuatro iluminados a base de setas alucinógenas lo convirtieron en su altar) y una triple fractura de lengua le impedían decir algo con un sonido mínimamente comprensible. Así que cada vez que le preguntaban por su nombre a ella le salía un amnesteza interpretado por el cuadro médico como anestesia. Treinta  chutes después estaba pidiendo osos desvirgadores y navegar en el Llobregat con un carrito de compra del Carrefour.

De esos duros días le quedó un grato recuerdo ya que ahí batió su primer récord dentro del mundo del trail: un metatarsiano quebrado por 63 ángulos diferentes, superando en 62 la anterior marca mundial. Aunque ella para sus adentros estaba mucho más orgullosa del color morado oscuro que se extendía por toda su epidermis y que le había ahorrado un pastón en sesiones de rayos UVA.

Las hijas de puta de sus amigas que la vinieron a visitar días después (curiosamente todos sus novios desaparecieron con excusas peregrinas) no se resistieron a hacer escarnio del drama: «Anastasia ya has corrido tu primer moratón, jajajaja». Aun así, durante esas primeras semanas de ingreso Anastasia no tenía del todo claro si cualquier visita o acto que se producía dentro de su habitación era realidad o producto de la farmacología que corría por sus conductos sanguíneos, lo suficientemente fuerte para competir en un Ironman de espaldas y a la pata coja (y sin un testículo).

La factura de su asistencia (que corrió a cargo de la sanidad pública por un vacío legal) llevo directamente a la quiebra al hospital y espoleó a la Ministra de Sanidad a aprobar un decreto-ley en el que se elevaba el listón de exigencia para poder ser atendido ante cualquier tipo de dolor o enfermedad: la misma persona debería certificar antes su muerte.

Ya en plena fase de recuperación, una mañana despertó y se encontró una caja con una nota que le fue imposible abrir ya que brazos, piernas, cuerpo y alma aún seguían apostando por la anarquía cada vez que intentaba cualquier movimiento, y se conformó con intentar leer desde la lejanía con mucha dificultad (aún se recuperaba de la fractura de iris en su ojo izquierdo) el mensaje que había escrito en él:

«La próxima vez que me vengas a ver vístete como una ramera de campo, no como una furcia de asfalto»

Tuyo,

Mr. Trail

Capítulo final

Deseo que me montes

Asfalteros NoPasaron meses y, a pesar de los estropicios físicos, Anastasia se convirtió del todo a la religión del trail running, su cometido a partir de entonces fue el de satisfacer todas las fantasías de Mr. Trail. Y así lo hizo.

Se vendió el Mini para comprarse una furgoneta destartalada donde llevar todos sus enseres a la montaña que decoraba con pegatinas de ‘Cuidado, escaladora en acción’, ‘Asfalteros, no, ¡la montaña no es un zoo!’, ‘Me encantan que me montes’ y cosas parecidas inspiradas en la alta literatura de novela histórica y los libros motivacionales. Se dio de baja del Runner’s para darse de alta en la Oxígeno (todo quedaba en casa), y dejó su trabajo de social-no-tengo-ni-puta-idea-de-a-qué-me-dedico por la venta de pasteles de maría y suplementos vitamínicos a partir de algas recogidas de los basureros. Comenzó a padecer una súbita alergia a todo lo que olía a urbano, signo inequívoco de que estaba totalmente sumida en el camino a la perdición.

De esto se dieron cuenta sus amigas, cada vez más reticentes a invitarla a sus saraos / brunch sacacuartos / happenings de Sexo en NY / Nasty Mondays. Y fue en una cena cuando esa inquebrantable amistad estalló del todo.

Anastasia tenía cita con ellas en uno de esos restaurantes que cuestan un ojo de la cara, te sirven con pose de amargado eterno y, eso sí, te salen unas fotos chulísimas para colgar en Instagram; de esos establecimientos que recomiendan todas las revistas de tendencias porque lo ha montado uno de sus amigos. Y ella, para ser coherente con su nuevo status vital, se presentó con sus mejores galas: una camiseta de finisher andrajosa del Ultra Trail Montblanc (que venía de regalo al comprar tres cajas de cereales en el super), unas chanclas que dejaban a la vista unos muñones de ribetes negros antes denominados pies, y un palillo que manejaba torpemente entre los pocos dientes que aún le quedaban sanos.

Lo peor, sin duda, no era su apariencia, lo que más aterrorizaba a sus amigas era su gestualidad: esa forma animal de comer con las manos (¡ni que fuera un egipcio de Gràcia!), la capacidad insana para hacer gárgaras y eructar con los litros de cerveza sin fondo que acumulaba en su cada vez más menudo cuerpo, y la serie de exabruptos hacia todo aquel que iba, a su gusto, demasiado limpio y depilado y estaba en las antípodas de su rol vital: «¿Y aquí cuando coño sirven algo de carne?», «¿Trae para aquí el vino, capullo, mi hígado me comenta que te diga que te metas tus putas clases de enólogo por el ojete?», «¿Quien cojones te crees que soy, un puto asno amargado que come alfalfa?», «¿Si me pica, me lo rasco, pasa algo mishimero

– Jo, Anastasia, creo que tus numeritos sobran.

– ¿Cómo que sobran, zorras? Las que sobráis sois vosotras, panda de fit girls, que os atáis las bambas solo para echaros fotos. Porque lo de correr y sufrir, más bien poquito.

– ¿Correr? Eso es tan de 2012…

– Sí, correr, lo que se supone que hay detrás de tu puto blog de tendencias, ese de mostrar trapitos que escondes tras la palabreja running.

– Ah, eso. Eso es muy cansado. Y que yo recuerde, a ti también te daba repelús. ¿Desde cuando el running es correr? El running es un estado vital, tía. Como el Acroyoga, del que ya soy cinturón blanco/amarillo.

– Pues que sepáis que yo tengo un maromo que me da por todos lados, no como los sosainas ciclados de gimnasio que os estáis tirando mientras juegan a ser emperdedores. Ostia, hablando del tema: ¿ese que está en la cocina llorando porque el antro éste en el que te sirven tofu al albariño y se está yendo a pique, y papá cierra el grifo, y ya ha dejado de ser moderno y… ese no es tu novio?

– Vete a la mierda, Anastasia. Por mí estás muerta.

Y el acto de defunción quedó ratificado cuando inmediatamente la echaron del grupo de Whatsapp. Se acabó su vida social. Ahora era un espíritu libre.

Así que ya sin ataduras, Anastasia se dedicó a hacer feliz a Mr. Trail, convertirse en una suerte de esclava que apreciaba los latigazos que recibía de cualquier protuberancia orográfica, que lamía con fruición sus desniveles positivos, que se dejaba sodomizar con las más duras de las rocas que se le ponía de frente. Trail salvaje y sin protección que terminó como terminan todas estas aventuras, con un embarazo no deseado.

Pero lo que en un principio parecía que estropearía tan preñada situación consiguió justo el efecto contrario: por una vez Mr. Trail sentó la cabeza. Iban a tener un hijo y eso lo cambiaba todo… Tanto que se dedicarían en cuerpo y alma a guiar al retoño por el sendero de la luz eterna. Primera lección: hacerle contar lagos.

10 comentarios en “50 Sombras del Trail

  1. Pingback: Bitacoras.com

    • Buenas, Toni.

      Más identificado si fueras chica de alto standing moderniqui. Por suerte, el 90% de las mujeres están en las antípodas de nuestra heroína Anastasia.

      Salud

  2. Pingback: La evolución del corredor… competitivo | BLOGMALDITO RUNNING PUB

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