Nishimura le da color (rojo) a Sitges

En cualquier otro festival, un hombre que se presenta al escenario vestido de paramilitar para, acto seguido, quedarse en paños menores volteando un feto de plástico por el cordón umbilical, tendría todas las papeletas para ser internado de inmediato en un frenopático. En Sitges simplemente se le adora.

Y es que Yoshihiro Nishimura es de esa clase de directores que dan sentido a un certamen en el que la materia prima es la sangre, el terror y la casquería, pero que en ocasiones se olvida un poco de ese principio con tanta posesión metafísica, tortura verité como reclamo a guiones peñazos con ínfulas, ángulos imposibles para sostener una escena (y una carrera), y producciones hollywoodienses de segunda fila que tienen todas las papeletas para estrellarse en taquilla.

Pero que la performance de este simpático calvo japonés quede en una mera anécdota es algo que dice mucho de Helldriver y Mutant Girl Squad, sus dos últimas producciones (la primera para la sección oficial y la segunda como regalo, junto a la bizarra Alien Vs Ninja y Brutal Relax, para una noche de diluvio gore en la maratón Japan Madness).

Nishimura se ha erigido en el tótem actual del fantástico nipón. Ha rellenado perfectamente ese espacio que dejó Takashi Miike hace unos años por hacerse mayor o querer “hacerse más director”, que no se que es peor. Y ha conseguido que los amantes de las decapitaciones y las muertes crueles ya no echen de menos al director de Ichy, the Killer, gracias a transformarse en una especie de Juan Palomo que se pone tras la cámara, se reserva para sus propios cameos, dirige su propia compañía de efectos especiales (que da el do de pecho en Helldriver) y hace de avanzadilla de la productora Sushi Typhoon, el nuevo icono del gore japones.

Ya habitual por estos lares con la desaforada Tokio Gore Police y la desternillante Vampire Girl Vs Frankestein Girl (de las que Helldriver y Mutant… son, respectivamente, secuelas espirituales), cualquier majadería con la que se presente tiene ya de por sí ganado el fervor popular. Y para esta ocasión ha querido rizar el rizo y aportar el que sin ninguna duda alguna es su auténtico tour de force: Helldriver. Su particular Zombieland en tierra nipona.

Un país dividido en dos por una infección que ha transformado a gran parte de su población en zombis. Un presidente que aún valora tratarlos como humanos, mientras que los más reticentes avalan su exterminio. Una pérfida madre de familia que ejerce de oráculo del nuevo clan, y una hija traumatizada que desea acabar con ella y con su tío, también zombie, para vengar la muerte de su padre. Unos cuernos zombis muy cotizados por sus efectos narcóticos entre la población humana, y unos zombis con mono de carne orgánica. Una barrera que separa a los unos y a los otros, y que aguanta a duras penas los embistes de una revuelta. En definitiva, un glorioso pastiche que puede remitir tanto a District 9 como a… Jurassic Park, y que posee un don especial para extraer comicidad de la situación más grotesca (como montar un auto a base de miembros sesgados, o iniciar una ducha de sangre con un par de pezones mancillados). Humor, exceso y sobre todo, una desvergüenza absoluta para ir más allá del límite de lo impensable y caer siempre de pie.

Mutant Girl Squad, dirigida a pachas con otros dos terroristas del celuloide como son Noboru Iguchi y Tak Sakaguchi, nos traslada en su origen a uno de los lugares comunes de la ficción japonesa, esos centros de humillación y traumas de por vida que son los institutos nipones. El valor de la diferencia, la venganza y la necesidad de la integración están a la orden del día en un film sin ningún tipo de sutilezas (y si las hay ya se encargan de mofarse de ellas como en una supuesta escena de amistad con una latente pulsión homosexual) y con guiños tan pasados de rosca como el de una Astrogirl con tendencias suicidas o un andrógino villano con un parecido más que razonable a Michael Jackson.

El único pero que se le puede achacar al realizador japonés es que hay momentos en quizá aturde con tanto exceso, llegando a situaciones en que una rebanación gutural ya te sabe a poco ante tanto despiporre sanguinolento y tanta motosierra a pleno rendimiento. Y que después de esto, el trabajo en un matadero parezca digno de una comedia romántica con Julia Roberts de protagonista.

Pero eso son simples excusas vacías ante un hombre tan seguro de si mismo y de su obra que es capaz de poner el título la película cuando ya se lleva medio film proyectado. Genio y figura.