Artículo sobre ‘Phenomena’ y el cine de entretenimiento

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‘Blockbusters de ayer, hoy’

el cine urgell triunfa programando sesiones dobles a ocho euros

Sólo dos sesiones han hecho falta para constatar una realidad: traer de vuelta al espectador a la sala de cine no se consigue a base de hundir webs de descargas, sino de ofrecer un producto atractivo.

«El problema no es tanto la piratería como no cuidar el producto y su forma de presentarlo», afirma Nacho Cerdà, director de cine (la desasosegante Los Abandonados y el controvertido y subyugante cortometraje Aftermath llevan su firma) y de Phenomena, the ultimate cinematic experience, un evento en el que un jueves al mes se envía al banquillo al presente cinematográfico para dar la oportunidad al cine de entretenimiento con mayúsculas.

La fórmula es bien sencilla: dobles sesiones con los mejores filmes de entretenimiento de los setenta, ochenta y noventa (ya han caído Alien, Tiburón, Indiana Jones y el templo maldito, y La Cosa), tal y como fueron concebidos (en versión original subtitulada y 35 mm), a un precio razonable (ocho euros), en un marco incomparable como es el añejo cine Urgell. Y con un público entregado más cercano a la celebración festiva que al elitismo de una filmoteca.

Y el resultado es asombroso: no queda vacía ni una de las 1.832 butacas de la sala del Eixample,  hay colas antes de las proyecciones para coger el mejor sitio y caras de satisfacción y felicidad tras abandonar el cine.

La historia es lo primero

Un éxito que apela a la morriña generacional pero que, a la vez , es la reivindicación de una forma de ver cine. «Puede haber algo de nostalgia, pero sobre todo hay un hastío del cine actual que, a excepción de cuatro o cinco filmes, está a un nivel bajo mínimos», indica el realizador catalán, que señala que la diferencia entre unas y otras películas radica en la voluntad de «transmitir una historia, unas sensaciones», más allá de lo elaborados que sean sus efectos especiales.

Una serie de películas que han transcendido de generación en generación, algo que se puede palpar en el tipo de público que acude a las sesiones de Phenomena. «Muchos son treintañeros que vivieron de niños esos filmes, pero también es un público muy heterogéneo: hay padres de cuarenta y tantos que trae a sus hijos para compartir con ellos la misma experiencia y jóvenes que acuden porque no pudieron disfrutar de esos filmes en una sala de cine» comenta Cerdà.

Y es que tal ha sido la respuesta popular que ya se estudia ampliar los días de proyección e, incluso, hacer ciclos específicos. Mientras , los seguidores de Coppola, Spielberg y compañía tienen la posibilidad de dejar sus sugerencias fílmicas -que van desde Robocop a 2001…, de Gremlins a Laberinto– en la página de Facebook de Phenomena.

Al fin y al cabo, de lo que se trata es de «de revivir las emociones con películas de hace 30 años» sentencia el director barcelonés. Cuando el celuloide acaparaba la supremacía del ocio popular. Cuando la sesión de cine era un acontecimiento único que se compartía durante semanas, meses y años.

En una época en que el divorcio entre el cine y el espectador es más que notable, en el que cualquier excusa (un videojuego de éxito, el concierto de el último artista salido del laboratorio de un estudio musical, la adaptación instantánea del best-seller de turno, o el remake de cualquier obra menor) sirve de materia prima para fabricar un filme, y en el que la comodidad del seriesyonkis demuestra que incluso ver una mala copia de una mala película es una medida de higiene ante el cine de bajo nivel, la labor de Phenomena puede servir para congratularse con las salas de proyección. Como el vinilo, no salvará a la industria pero muestra el camino de como se deben hacer las cosas para fidelizar al cliente. Mimo y dedicación. Y desmiente que el pirateo hunda las buenas películas (los recientes taquillazos de El discurso del reyValor de leyLa viuda negra son buena prueba de ello). Sólo arrastra a las mediocres. Definitivamente sí, otro forma de ver cine aún es posible.

Día 3, ‘Terminator’ y ‘El precio del poder’

La tercera cita de Phenomena (20.00) rendirá tributo a dos de los directores más personales de Hollywood. Por un lado, James Cameron, con las apocalípticas andanzas de un ‘cyborg’ asesino procedente del futuro en Terminator, el papel que más ha marcado la carrera de Arnold Schwarzenegger. Por el otro, Brian de Palma relatando en El precio del poder el ascenso y descalabro de un emigrante cubano dentro del mundo de la mafia  de Miami, en una de las interpretaciones más excesivas y recordadas de Al Pacino y una Michelle Pfeiffer espléndida en su rol desestabilizador del protagonista.

Cuando el director era quien dirigía Hollywood

A Nacho Cerdà no le cabe la menor duda de que la explosión de creatividad en el cine de los años 70 y 80 está fuertemente vinculada al surgimiento de «una generación de directores que comenzaron a tener mucho más poder dentro de los estudios», que cambiaron el rol del realizador como un mero asalariado bajo las órdenes del productor, al director dueño de su obra: dirigían, se encargaban de todos los detalles del guión, del montaje e, incluso, más adelante se atrevieron a producir sus filmes o los de otros directores colegas.

A finales de los sesenta, en plena revolución social en EE UU, y con el auge del movimiento contracultural, surgieron un grupo de realizadores que desperezaron un Hollywood estancado en un modelo de negocio agotado, que sobrevivía a base de musicales como Sonrisas y lágrimas o la saga Bond pero que cada vez le costaba acertar más en taquilla. El batacazo de Dr. Dolittle fue el perfecto ejemplo de la confusión que reinaba en la meca del cine: presupuestos iniciales totalmente desbordados, no por la magnitud del proyecto sino por la tragedia que se avecinaba (infinidad de montajes ante las opiniones negativas en los pases previos, reescrituras de guión, cambios de personal…). La literatura (contestataría y libre) y la música (generacional y experimental) conectaba totalmente con los cambios que se iban produciendo en la sociedad estadounidense.  El cine, en cambio, salvo honrosas excepciones como 2001, una odisea en el espacio y Teléfono rojo, volamos hacía Moscú, ambas de Stanley Kubrick, o El Graduado, de Mike Nichols, vivía aún anclado en el clima de Guerra Fría.

Ante una industria en que la media de edad de los cargos técnicos superaba los cincuenta años y taponaba la posibilidad de un relevo generacional, la camada de nuevos realizadores y actores que quería darse a conocer tuvo que comenzar a medrar aceptando trabajos de compromiso, o aprendiendo el oficio bajo el paraguas de un outsider como Roger Corman o Francis Ford Coppola. Warren Beatty explotando su condición de sex symbol mientras esperaba su gran oportunidad entraría en el primer grupo. Por su parte, Martin Scorsese y, posteriormente, James Cameron (especializándose en los efectos especiales que más tarde serían su signo de distinción) tuvieron la suerte del apadrinamiento del emblemático productor de serie B.

Fue en el momento que comenzaron a conseguir financiación para sus propios proyectos cuando se produjo el gran vuelco. Títulos como Easy RiderBonnie & Clyde, propugnaban un cambio de estilo en el cine, a imagen y semejanza del espíritu libertario.

Steven Spielberg, Martin Scorsese o George Lucas fueron algunos de los realizadores que comenzaron a cambiar la filosofía de una industria caduca con títulos como Tiburón, Taxi Driver o American grafitti, ganándose el aplauso de la crítica y el favor del público. Junto a otros directores como el mismo Coppola, William Friedkin o Brian de Palma formaron los Movie Brats, el primer grupo de realizadores que estudiaron cine en la Universidad, marcando significativamente a todos los que les sucederían y abriendo el camino a toda una generación de actores (con Jack Nicholson, Robert De Niro y Al Pacino al frente) con un hambre interpretiva y una capacidad de asumir riesgos tal que les convertirían en referencias en el mundo de la actuación.

Los Movie brats y las siguientes hornadas de realizadores norteamericanos transformaron el cine en todos sus géneros -el bélico en Apocalypse Now, el de acción en La Jungla de Cristal, el de gánsters en El Padrino, el de terror en El Exorcista-, y para todas las edades –E.T., el extraterrestreLos Goonies-, acaparando premios y demostrando que calidad y taquilla no tienen por qué ser términos enfrentados, dando forma así al término blockbuster.

Desde Europa, otros directores como Bernardo Bertolucci dejaban su impronta con filmes tan controvertidos como El último tango en Paris. Algun otro, como Roman Polanski, se atrevió a dar el salto a la meca del cine, firmando piezas tan sugerentes como El baile de los vampiros o Chinatown, pero teniendo que sufrir una tortuosa penitencia personal con el asesinato de su mujer, Sharon Tate, a manos de La familia de Charles Mason y acusaciones de violación de una menor que aún colea judicialemte.

Hollywood comenzó a abrazar a esta nueva estirpe de directores a medida que se iba confirmando el relevo generacional y comprovaban la solvencia de las nuevas propuestas, sobre todo en cuanto a rendimiento económico. Tiburón, con un presupuesto de siete millones de dolares (poco más de cinco millones de euros) recaudó a nivel mundial más de 470 (aproximadamente 345 millones de euros).  El Padrino, con un presupuesto similar alcanzó los 245 millones de dolares (180 millones de euros aprox.). Así que las productoras comenzaron a dar carta blanca a los realizadores en sus siguientes proyectos, tanto a nivel de gasto como de libertad creativa. En los siguientes años comenzaron a adquirir tal poder que marcaría decisivamente la trayectoria de la mayoría de ellos. Para bien y para mal.

Así, Spielberg se convirtiría, gracias a una serie de taquillazos consecutivos, en ‘El Rey Midas de Hollywood’, siendo hoy en día una de las personas más influyentes de la industria y manteniendo aún el gancho comercial y el buen ojo en los negocios con la creación del estudio Dreamworks.

George Lucas idearía la saga cinematográfica más exitosa de la historia con La guerra de las galaxias, creando toda una industria a su alrededor que va de una prolífica empresa de efectos especiales al lucrativo negocio del merchandising. Pero como recordaría más tarde, las aventuras de Luke Skywalker y companía le esclavizaría para siempre, privándole del ejercicio de la dirección de obras más experimentales y arriesgadas como su opera prima THX-1138.

Peor le fueron las cosas a otro de los directores más personales y únicos de Hollywood, Michael Cimino. Después de triunfar por todo lo alto con El Cazador (cinco Oscar, entre ellos el de Mejor Director y Mejor Película), se enfrascó en un megalómano western crepuscular, La puerta del cielo. Un film de más de cuatro horas de duración (que los productores obligaron a recortar a poco menos de dos horas y media), en el que el perfeccionismo y el carácter más que extravagante del realizador norteamericano fue generando un sinfin de problemas durante el rodaje, disparando el presupuesto hasta unos, para la época, espectaculares 44 millones de dolares (32 de euros). Recaudó sólo tres y llevó a la quiebra a una de las pocas productoras que historicamente habían apostado por el papel del director como autor y dueño de su obra, United Artists. Las criticas, además, no fueron nada benevolentes con la obra y aún menos con Cimino, que tuvo que pasar el trago de ser premiado con un Razzie a la peor dirección por un film, que con el paso de los años, y en su versión integra disponible, se ha ganado el respeto artístico. De la noche a la mañana el realizador se convirtió en un apestado para los grandes estudios, teniendo muchas dificultades a la hora de financiar sus siguientes proyectos y viéndose obligado a buscar dinero en productoras independientes.

Un comentario en “Artículo sobre ‘Phenomena’ y el cine de entretenimiento

  1. Tengo debilidad por las películas de los 80. A veces, más que la calidad creo que me puede el romanticismo de una infancia inventada con los estrenos de Los Goonies, La Guerra de las Galaxias, Arma Letal, La Jungal de Cristal, Maniquí… Yo tendría que haber nacido con la generación del Brat Pack.

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